sábado, 19 de enero de 2008

La cola del perro (Spain is different)

Hoy se cumple justo una década de uno de los mayores escándalos políticos de la historia reciente en los Estados Unidos. Justo diez años, desde aquel dieciocho de enero en que un periodista denunciara las relaciones sexuales mantenidas por el presidente Clinton y su becaria Monica Lewinsky, pocos días después de que el propio mandatario norteamericano declarara en el Congreso su total inocencia ante aquel morboso adulterio. Aquello pasó como un vendaval por encima del presidente y de todo el Partido Demócrata, costándole poco después la presidencia del país. Es cierto que para muchos Clinton recibió para siempre la carga del adulterio como deshonra social, es verdad que muchos se quedaron en la anécdota maloliente de las gotas de semen y de la erección asimétrica –la masa acaba deformándose incluso a sí misma-, pero el poso del escándalo y de todo lo que después acabaría ocurriendo fue que el presidente había mentido deliberadamente ante el Congreso de la Nación. La solución al conflicto interior, como tantas veces, fue otro conflicto, en este caso armado. Las fuerzas de La Unión desembarcaban en Afganistán centrando la atención de todo el país, que entonces comenzaba a olvidar a la becaria libidinosa.
Aquello fue una fea cortina de humo al desaire sexual de la presidencia. Un capítulo que -perversidades de la historia- meses atrás había escenificado una gran película con el título de ‘Wag the dog’, algo así como la cola mueve al perro. En España, por supuesto, el nombre debía ser mucho más popular y claro –por aquello de que no pensemos demasiado-, y acabó llamándose ‘La cortina de humo’.
Un par de lustros después, encontramos a las mismas piezas de aquel puzzle buscando acomodo en un nuevo paisaje. Clinton se afana a la ebullición política de su mujer, aquella que dijo perdonar sólo con la ayuda del tiempo. La pobre Monica se refugia en su pueblo británico, luchando en silencio para que el mundo acabe olvidándose de una felación de despacho y rodilleras. Y a todo esto, en Afganistán sigue muriendo gente a manos del legendario kalashnikov.
Y en España, cosas de la vida, estamos en vísperas de elecciones. Dicen que es en los momentos graves cuando una persona demuestra su verdadera ética y hasta su capacidad humana para con los demás. Será, entonces y a la luz de los hechos recientes, que los dirigentes de este país han perdido definitivamente su argumento humano ante la sociedad.
Hace poco más de una semana, el Presidente del Gobierno admitía en una entrevista su empeño en la negociación con terroristas después del atentado perpetrado en el aeropuerto de Barajas. Admitía Zapatero así, públicamente, que había mentido a la sociedad y al Congreso en algo tan grave como la lucha antiterrorista –a todas luces más trascendente que una felación extramatrimonial-. Pero como este país es de sol y paella, y mucho vino, no ha hecho falta toda una campaña gubernamental para desviar la atención de la falta de nuestro presidente. No, amigos; aquí para eso tenemos a la oposición.
En esta ocasión la planificación mediática de los partidos –es decir, el estudio de las pautas de manipulación-, le ha estallado en sus propias manos al Partido Popular. Los artífices, curiosamente, Aguirre y Gallardón, son dos sólidos líderes secundados en sus escaños por sendas mayorías absolutas. Ambos han decidido esta semana olvidarse del mandato ciudadano y luchar entre ellos y contra el partido por un trocito en el roscón de la futura sucesión a Mariano Rajoy, es decir, el poder. Un pulso que, para mayor torpeza política, ninguno de los dos se ha molestado en silenciarlo discretamente.
¿Qué debemos pensar ahora los ciudadanos, señores políticos?, ¿que la única ley motriz a la que obedecen nuestros políticos es la escalada en el poder de su propia secta? Esto ya parece tristemente evidente, y en absoluto novedoso. Lo que sí es noticia, amigos, es que estos decadentes moldeadores de masas sean tan ególatras y torpes que sean capaces de dibujar su propia cortina de humo frente a la escandalosa mentira de su rival político.
Aquí la cola también mueve al perro; pero quizás debamos asumir que nuestro rabo dirigente sea más pequeño y más torpe que el de nuestros vecinos anglosajones. Aún así, y tristemente, seguiremos eligiéndolos. Mandará la militancia a la categoría personal. Triste condena.

jueves, 17 de enero de 2008

La edad y un viejo flexo

Aquella noche supo que se había hecho mayor. Así, de repente, pero sin lugar a las dudas. Lo supo porque no tenía ganas de jugar. Nunca más. Ni de jugar ni de reír por tonterías, sin miedo al ridículo. Ni de luchar por la victoria, ni de premios ni de largos caminos, ni de sexo, si quiera; a partir de entonces dejaría de masturbarse. No tenía ganas ni sentido, ni luz. Daniel se había hecho mayor a los veinte y no tenía nada por lo que dormir, a las tres de la mañana.
Sólo un viejo flexo alimentaba su habitación. La lámpara estaba sin ganas, como él. La radio encendida acunaba la madrugada con baladas de Scorpions. Sobre la mesa un libro, que no quería volver a abrir. Lo habían mandado leer en clase, pero no le gustaba. Hablaba de una mujer triste con vocación de puta; pero una puta del siglo XIX, con sus perlas y corsé, y aquello no le parecía si quiera de buen gusto. Él conocía otro tipo de putas, aquellas que tanto había buscado, pero que ahora no podrían competir si quiera con la soledad de su cuarto.
Pensó en levantarse y caminar por la calle. Le habían regalado una cámara de fotos, pero no la había estrenado todavía. ¿Para qué?, ¿recuerdos? Ni siquiera tenía ganas de viajar, y menos, por las calles de su barrio. ‘Además’, pensó, ‘prefiero el calor de la cama’. Sí, era agradable, o al menos era cómodo y se podía estar allí tumbado casi para toda la vida; mirando al techo, pensando, sintiendo el calor de las sábanas. Las sábanas. A esas alturas ya tendrían su olor, se habían hecho suyas. Si se levantaba y salía de casa, tendría oler aquel aroma al volver a acostarse, y aquello le parecía repugnante. Repugnante y cansado. ‘¿Para qué?’, volvió a pensar.
Siguió mirando al techo durante toda la noche. A las siete escuchó a su madre, que hacía el desayuno. A las ocho no quedaba nadie en casa. Hora de levantarse. A las nueve salió de la cama y se duchó, al fin. Salió a la calle. Tenía un examen a las once, pero le daba igual. Rommell y Eisenhawer podían esperar para otro año; al fin y al cabo, habían muerto. Entró en el metro a las diez y media. Apestaba, pensó. Quizás sería su propio olor, el de la noche muerta bajo un viejo flexo. La ducha no había servido de nada. Daniel tenía veinte años y creía haberse hecho mayor.

lunes, 14 de enero de 2008

La mentira sigue moviendo el mundo

La verdad no está de moda, lo sé. Para algunos se perdió allá por los Descartes del relativismo o en el simple pataleo llorón del siglo XX. Para otros, sencillamente, no es eficaz para con el tonto medio, y por ello carece de toda importancia. Sí amigos, reconozcámoslo; la mentira divierte y recluta, garabatea por donde nosotros la llevemos y emborrona con tinta bonita y aseada los renglones torcidos de una vida difícil donde es complicado reconocer a la bicha, véase la verdad.
Complicado, pero a veces necesario. Es divertido jugar a las mentiras cuando uno es un simple teatrero de la vida y sólo pretende expresar un poquito de entrañas desde una página web. Es divertido sí, cuando uno carece de deber.
Pero cuando el que miente es un Presidente, con mayúscula de nación, no puede permitirse la alevosía de una mentira que, en lugar de emborronar la vida con garabatos, salpica de impiedad las verdades incómodas de una bandera electoral, la lucha antiterrorista.
Sí, nuestro ZP reconoce hoy que mintió conscientemente, que siguió negociando con ETA después de los atentados de la T-4. Lo reconoce como quien cuenta un tropiezo en el Metro o una caca en el zapato en plena calle. Le da corte, sí, pero de ahí no pasará. Podemos hoy señalarle con el dedo y hasta taparnos la nariz, igual que hace cuatro años lo hicimos con los sudores fríos de Acebes o con los hilillos negrunos de Rajoy. Podemos hacerlo, y sin embargo, no tendrá demasiada importancia.
La mentira se ha instalado en el parlamento, con estaño, voz y voto, y ya a nadie parece molestarle. Los políticos la usan, la guardan y hasta juegan con ella. ‘Usted ha mentido’, ‘y usted más’, se chillan en el patio del hemiciclo. Pasada la sesión, todos sonríen frente al café de 70 céntimos con la media sonrisa de complicidad. Todos saben que han jugado a lo mismo, al borrón, a la mentira.
Pero ya nada de eso tiene importancia, porque Paco, el del bar, sabe que va a votar a ese que ha dicho la mentira que más le apetece escuchar. Y que él le mentirá a su mujer por la noche, socarrón, con la mentira que pretende convencer del mismo voto a esa esposa que tampoco dirá la verdad cuando le pregunten por el pintalabios corrido y la camisa por fuera. Todos ellos seguirán diciendo que son felices, ‘luchando, que no es poco’, mientras desenfundan esa media sonrisa que todavía es capaz de ocultar la verdad.

domingo, 13 de enero de 2008

Hoy no es un día especial

Lo raro es vivir, que dice doña Cármen. Lo raro, sí; raro como todo, porque el mundo se mueve a un ritmo que no consigo descifrar, y menos hoy, que no tengo ganas de sudokus.
Miro a la carretera con la vista en el tiempo, que hoy sí ha querido salir a correr. Tengo suerte, pienso. Hoy ha sido un día lleno de minutos y de cosas y puedo volver a casa de madrugada escuchando una balada de Héroes del Silencio. Estoy cansado, pero el cansancio me hace sonreír, débil, cálido, al borde del sueño. Es una sonrisa plácida, de esas que se cultivan con paciencia y que calan hasta el pecho, al final del día.
Las tulipas me piden letras; sí, hoy tocaba. Hoy tocaba letras de escritorio solitario, de ‘ahora que duerme la ciudad’. Tocaba letras, pero no podrá ser, porque mañana habla Laudrup y yo tendré una nueva dosis de micrófonos canutazos. Las damas de Kío duermen inclinadas a lo lejos. Los coches siguen circulando por el carril central. Yo, sigo jugando con el freno por debajo de ese radar, el del kilómetro nueve.
Y conduzco casi por inercia. Pienso en la canción, en esa que dice ser la de siempre, la que no sabe cambiar aunque se mude la ropa. Pero yo no creo en esa canción, hoy no. La vida nunca es la misma. Nunca. Al menos para mí, que trato de buscar un ritmo común en esta vida de atascos y festivos. No, la canción no puede ser siempre la misma. Porque son las dos de la mañana y en Madrid no hay turistas, no hay trajes y no hay viejos decorando el sol de la mañana.
Lo cierto es que hoy ha sido un día gris, con llovizna. Mi vida ha tenido sentido, y a estas horas de la noche aún no sé a donde me lleva el lento ritmo de las gotas de lluvia.