Hoy se cumple justo una década de uno de los mayores escándalos políticos de la historia reciente en los Estados Unidos. Justo diez años, desde aquel dieciocho de enero en que un periodista denunciara las relaciones sexuales mantenidas por el presidente Clinton y su becaria Monica Lewinsky, pocos días después de que el propio mandatario norteamericano declarara en el Congreso su total inocencia ante aquel morboso adulterio. Aquello pasó como un vendaval por encima del presidente y de todo el Partido Demócrata, costándole poco después la presidencia del país. Es cierto que para muchos Clinton recibió para siempre la carga del adulterio como deshonra social, es verdad que muchos se quedaron en la anécdota maloliente de las gotas de semen y de la erección asimétrica –la masa acaba deformándose incluso a sí misma-, pero el poso del escándalo y de todo lo que después acabaría ocurriendo fue que el presidente había mentido deliberadamente ante el Congreso de la Nación. La solución al conflicto interior, como tantas veces, fue otro conflicto, en este caso armado. Las fuerzas de La Unión desembarcaban en Afganistán centrando la atención de todo el país, que entonces comenzaba a olvidar a la becaria libidinosa.
Aquello fue una fea cortina de humo al desaire sexual de la presidencia. Un capítulo que -perversidades de la historia- meses atrás había escenificado una gran película con el título de ‘Wag the dog’, algo así como la cola mueve al perro. En España, por supuesto, el nombre debía ser mucho más popular y claro –por aquello de que no pensemos demasiado-, y acabó llamándose ‘La cortina de humo’.
Un par de lustros después, encontramos a las mismas piezas de aquel puzzle buscando acomodo en un nuevo paisaje. Clinton se afana a la ebullición política de su mujer, aquella que dijo perdonar sólo con la ayuda del tiempo. La pobre Monica se refugia en su pueblo británico, luchando en silencio para que el mundo acabe olvidándose de una felación de despacho y rodilleras. Y a todo esto, en Afganistán sigue muriendo gente a manos del legendario kalashnikov.
Y en España, cosas de la vida, estamos en vísperas de elecciones. Dicen que es en los momentos graves cuando una persona demuestra su verdadera ética y hasta su capacidad humana para con los demás. Será, entonces y a la luz de los hechos recientes, que los dirigentes de este país han perdido definitivamente su argumento humano ante la sociedad.
Hace poco más de una semana, el Presidente del Gobierno admitía en una entrevista su empeño en la negociación con terroristas después del atentado perpetrado en el aeropuerto de Barajas. Admitía Zapatero así, públicamente, que había mentido a la sociedad y al Congreso en algo tan grave como la lucha antiterrorista –a todas luces más trascendente que una felación extramatrimonial-. Pero como este país es de sol y paella, y mucho vino, no ha hecho falta toda una campaña gubernamental para desviar la atención de la falta de nuestro presidente. No, amigos; aquí para eso tenemos a la oposición.
En esta ocasión la planificación mediática de los partidos –es decir, el estudio de las pautas de manipulación-, le ha estallado en sus propias manos al Partido Popular. Los artífices, curiosamente, Aguirre y Gallardón, son dos sólidos líderes secundados en sus escaños por sendas mayorías absolutas. Ambos han decidido esta semana olvidarse del mandato ciudadano y luchar entre ellos y contra el partido por un trocito en el roscón de la futura sucesión a Mariano Rajoy, es decir, el poder. Un pulso que, para mayor torpeza política, ninguno de los dos se ha molestado en silenciarlo discretamente.
¿Qué debemos pensar ahora los ciudadanos, señores políticos?, ¿que la única ley motriz a la que obedecen nuestros políticos es la escalada en el poder de su propia secta? Esto ya parece tristemente evidente, y en absoluto novedoso. Lo que sí es noticia, amigos, es que estos decadentes moldeadores de masas sean tan ególatras y torpes que sean capaces de dibujar su propia cortina de humo frente a la escandalosa mentira de su rival político.
Aquí la cola también mueve al perro; pero quizás debamos asumir que nuestro rabo dirigente sea más pequeño y más torpe que el de nuestros vecinos anglosajones. Aún así, y tristemente, seguiremos eligiéndolos. Mandará la militancia a la categoría personal. Triste condena.
Aquello fue una fea cortina de humo al desaire sexual de la presidencia. Un capítulo que -perversidades de la historia- meses atrás había escenificado una gran película con el título de ‘Wag the dog’, algo así como la cola mueve al perro. En España, por supuesto, el nombre debía ser mucho más popular y claro –por aquello de que no pensemos demasiado-, y acabó llamándose ‘La cortina de humo’.
Un par de lustros después, encontramos a las mismas piezas de aquel puzzle buscando acomodo en un nuevo paisaje. Clinton se afana a la ebullición política de su mujer, aquella que dijo perdonar sólo con la ayuda del tiempo. La pobre Monica se refugia en su pueblo británico, luchando en silencio para que el mundo acabe olvidándose de una felación de despacho y rodilleras. Y a todo esto, en Afganistán sigue muriendo gente a manos del legendario kalashnikov.
Y en España, cosas de la vida, estamos en vísperas de elecciones. Dicen que es en los momentos graves cuando una persona demuestra su verdadera ética y hasta su capacidad humana para con los demás. Será, entonces y a la luz de los hechos recientes, que los dirigentes de este país han perdido definitivamente su argumento humano ante la sociedad.
Hace poco más de una semana, el Presidente del Gobierno admitía en una entrevista su empeño en la negociación con terroristas después del atentado perpetrado en el aeropuerto de Barajas. Admitía Zapatero así, públicamente, que había mentido a la sociedad y al Congreso en algo tan grave como la lucha antiterrorista –a todas luces más trascendente que una felación extramatrimonial-. Pero como este país es de sol y paella, y mucho vino, no ha hecho falta toda una campaña gubernamental para desviar la atención de la falta de nuestro presidente. No, amigos; aquí para eso tenemos a la oposición.
En esta ocasión la planificación mediática de los partidos –es decir, el estudio de las pautas de manipulación-, le ha estallado en sus propias manos al Partido Popular. Los artífices, curiosamente, Aguirre y Gallardón, son dos sólidos líderes secundados en sus escaños por sendas mayorías absolutas. Ambos han decidido esta semana olvidarse del mandato ciudadano y luchar entre ellos y contra el partido por un trocito en el roscón de la futura sucesión a Mariano Rajoy, es decir, el poder. Un pulso que, para mayor torpeza política, ninguno de los dos se ha molestado en silenciarlo discretamente.
¿Qué debemos pensar ahora los ciudadanos, señores políticos?, ¿que la única ley motriz a la que obedecen nuestros políticos es la escalada en el poder de su propia secta? Esto ya parece tristemente evidente, y en absoluto novedoso. Lo que sí es noticia, amigos, es que estos decadentes moldeadores de masas sean tan ególatras y torpes que sean capaces de dibujar su propia cortina de humo frente a la escandalosa mentira de su rival político.
Aquí la cola también mueve al perro; pero quizás debamos asumir que nuestro rabo dirigente sea más pequeño y más torpe que el de nuestros vecinos anglosajones. Aún así, y tristemente, seguiremos eligiéndolos. Mandará la militancia a la categoría personal. Triste condena.