jueves, 29 de enero de 2009

Edgar Allan Poe - El misterio más allá de la tumba

La tarde era fría, como siempre. La ciudad bajaba las persianas de otro mes de enero con escarcha y vaho, a partes iguales. De puertas adentro, todo en orden; manta, sopa y tele alta; los niños hacían los deberes y los padres jugaban cansados a mecer una noche más entre el sofá y la comisura de algún beso de estación. De puertas afuera, la noche se abría con algo de magia. En un rincón de aquella ciudad, de aquel Baltimore abovedado, un hombre sin nombre cumplía con el ritual de lo realmente importante, de lo que nunca se acaba. Un homenaje anual a la letra y a la sombra; un giño a las buenas costumbres, las oscuras, que ya dura sesenta años.

Edgar Allan Poe nació un frío mes de enero de 1809. Rico e irreverente, lo fundamental para una vida dedicada al tintero, marcó los pasos de su leyenda desde antes de convertirse en un adulto adinerado. Con veinte años comenzó a escribir, huyendo del estudio y el trabajo serio. Con veintidós, era ya el mejor cuentista de los dos continentes. Su muerte, prematura y esperada, alcanzó el misterio de sus mismos ‘relatos extraordinarios’, un misterio que aún hoy no se ha querido esclarecer, por bien de la leyenda.

La pasada semana, el maestro de lo sombrío habría cumplido doscientos años. Baltimore lo recuerda hoy con una romería de recuerdos del autor, desde la taberna de sus desvelos hasta el lugar en el que se enamoró de su prima Virginia Clemn, de tan sólo trece años. En su tumba, como cada 20 de enero, centenares de personas acuden a rendir homenaje al escritor, en la tumba donde reposan sus restos, en el cementerio Old Western, en la esquina de las calles Fayette y Greene. Allí se congregan amantes de las letras y del fetiche de la historia; estudiantes, escritores, maestros y políticos. Pero sólo uno de ellos cumple con su ritual, con el mismo lenguaje que nos dejó el maestro, con el mismo honor, con el mismo misterio.

Como cada año desde 1949, un hombre sin nombre, un Poe Toaster sin cara y sin voz, se escurre entre la gente para dejar su ofrenda al poeta: una botella de coñac semivacía y un ramo de rosas rojas. Nadie nunca logró hablar con él; nadie sabe por qué coñac, por qué rosas, por qué él y por qué Edgar Allan Poe. Pero es él, sin duda, quien mantiene vivo el legado de un maestro que vivió del cuento y del misterio sin resolver.

Considerando entonces a la Belleza como mi provincia, mi siguiente pregunta se refería al tono de su más alta manifestación -y toda experiencia ha mostrado que este tono es uno de tristeza. La Belleza, de cualquier clase, en su desarrollo supremo, invariablemente mueve a las lágrimas al alma sensitiva. La melancolía es pues el más legítimo de los tonos poéticos. " Edgar Allan Poe