miércoles, 4 de noviembre de 2009

'2046', de Wong Kar-wai

Él viste un traje gris y se engomina el pelo. Sabe mirar al infinito y dibujar de labios una indiferencia en la que no puede creer, pero que le viste con honores de señor de damas descorazonadas. Ella es bella de pies a cabeza, porque debe serlo, hasta el último rincón de las pestañas. Los ojos la enfocan con luces de neón; es la estrella, una dulce princesa inmaculada que finge dormir apoyada en su hombro. Un asiento trasero, un taxi hacia ninguna parte. La música mece un amor extraño, trágico y universal, de esos que, al menos, merece la pena contemplar.

2046… una cifra casi casual, un número que nos habla, que se empeña en jugar con nosotros mientras el circo da vueltas sin casualidades. Quizás un futuro de cartón piedra; un futuro de disfraz, de pasado empolvado en fantasías. El cine sigue girando y las máscaras se vuelven de cristal. 2046… eso era… una mera habitación de hotel… un oscuro rincón donde llorar al amor y saborear al sexo. Un juego fantástico, con sinfonía y cámara lenta; y esa cadencia genial del genio, que te baila, que te acuna en cada calada y en cada paso de tacón.

Una obra de arte.