…y comienza el lagrimeo de un verano que muere como todos, añorando. Añorando el sol, la chancla, la isla donde se es feliz entre rocas viejas y besos de amor; la caña en la garganta, el ‘vámonos’, el ‘quédate y nos tomamos la última’. Todo se va, se pierde devorado por un tiempo goloso, puntual, como los cirros del verano, que ya vuelan en amenaza de esa sombra tonta que siempre trae calor y malas noches.
Las gotas van del cielo a la piscina, que se enfría de desuso; los becarios se aburren y las calles vuelven a bullir de ‘os odio más que antes’. Y yo vuelvo a mis cambios infinitos. La rueda gira y yo salto para colarme por sus huecos. El cambio me promete más radio, más nombre; me promete un nuevo libro que pienso pero que no sé escribir, se me ha olvidado.
Y con todo, hoy, me siento mayor. No viejo, sino adulto. No adulto de veras, sino ese joven viejo, perdido entre palabras, recién salido de los felices años veinte, los primeros. Me sé mayor porque me veo con camisas y los 1.000 ya no son euros para todo el mes. Porque lagrimeo con este verano perdido y ganado, por ese olor a isla con besos de amor.
Vuelan cirros, sí, y el color del tiempo vuelve enrojecer. Que sea para bien.
Las gotas van del cielo a la piscina, que se enfría de desuso; los becarios se aburren y las calles vuelven a bullir de ‘os odio más que antes’. Y yo vuelvo a mis cambios infinitos. La rueda gira y yo salto para colarme por sus huecos. El cambio me promete más radio, más nombre; me promete un nuevo libro que pienso pero que no sé escribir, se me ha olvidado.
Y con todo, hoy, me siento mayor. No viejo, sino adulto. No adulto de veras, sino ese joven viejo, perdido entre palabras, recién salido de los felices años veinte, los primeros. Me sé mayor porque me veo con camisas y los 1.000 ya no son euros para todo el mes. Porque lagrimeo con este verano perdido y ganado, por ese olor a isla con besos de amor.
Vuelan cirros, sí, y el color del tiempo vuelve enrojecer. Que sea para bien.