jueves, 5 de febrero de 2009

Esperando a Alicia

Dicen que Alicia ya no vive aquí. ‘Se fue hace unos meses, pero volverá’, cuentan las porteras. Se marchó con los aires de un tiempo que empezaba a molestar, que amenazaba, que quería devorarla en el túnel del invierno frío y laborioso, del que nadie escapa, a no ser de un billete de avión ya costeado.

Alicia se fue, en noviembre. Sí, su padre dijo sí y la niña Alicia volvió a sonreír con su juguete viejo. ‘Me iré a la India, papá’, Alicia le da un beso; ‘en el fondo no eres tan malo conmigo’. Papá respira por un rato, aliviado, confiado en el armisticio que le da su economía. ‘Y cuando vuelvas, a buscar trabajo, Alicia’. Pero Alicia ya no vive aquí, y no le escucha.

Vive ya flotando en las barbas de la miseria, la del turista tierno. Se viste de zapatillera y regala caramelos a los niños; regatea mecheros en el mercado, fuma pipas y bebe té, con mucho azúcar; camina y habla con la gente, convertida a la religión del occidente viajero. Gasta el dinero y regala pan a los hambrientos. Camina entre monumentos, entre polis corruptos y muyahidines, entre vacas y mujeres laboriosas. Su cámara de fotos costó 300 euros.

Me cuentan que Alicia aún no vive aquí.