jueves, 17 de abril de 2008

literatura - Irene Nemirovsky, historia de una letra resucitada

A Irene le gustaba leer cuando era pequeña. Su padre pasaba los días fuera de casa y trataba de conducir el timón familiar en los tiempos en que ser banquero, judío y rico no era buen pasaporte para vivir en la Rusia bolchevique. Su madre la detestaba y no se esforzaba por disimularlo. Habría querido un niño, quizás, o simplemente otro espejo en quien proyectar tan amarga existencia. Así que Irene se encerraba en su cuarto y leía.
Irene tenía catorce años cuando estalló la revolución. El destino le había hecho caer en el lugar menos apropiado en los días en que más podía añorar su pacífico hogar de Kiev, donde había nacido. A cambio, la vida le había puesto entre las manos a Oscar Wilde, Huysman, Maupassant y Platón, además de los idiotas de Dostoievsky. Irene devoraba sus libros mientras la familia Nemirovsky escapaba de Rusia para nunca volver. Su camino le llevó a Suecia, y después a Francia, cuya cultura había aprendido de su nurse, y donde había pasado largas vacaciones acompañando a su madre, más como sirvienta que como hija.
En París logró empezar sus estudios de Letras, en la Sorbona, y comenzó a escribir sus primeros relatos cuando aún no cumplía los dieciocho años. Irene escribía dolor, odio. Escupía sus recuerdos de letra en letra. Recordaba sus veranos en la Costa Azul, o en Biarritz, donde dormía en las pensiones del servicio mientras madame Nemirovsky se arropaba entre las sedas de los mejores hoteles. Recordaba la ausencia de su padre, de negocios y casinos.
En 1926 Irene logró abandonar a su familia para casarse con Michel Epstein, con quien tendría dos hijas. Poco después, publicaba su primera novela, ‘El malentendido’. La joven Irene entablaba ya amistades con el orbe intelectual parisino. Se hace amiga de Kessel, judío como ella, pero también de Brasillach, un antisemita furioso que será fusilado en 1945 por sus artículos incitando al odio racial. Ya por entonces, Irene muestra el difícil equilibrio entre su origen judío y su odio por todo lo que le pueda devolver a su pasado infantil -"¡eso que vosotros llamáis éxito, victoria, amor u odio, yo lo llamo dinero!"-. Su tercera novela, ‘El baile’ la encumbra en la esfera literaria francesa y es adatada al cine con un éxito espectacular.
Pero la vida reservaba a Irene Nemirovsky un trágico capítulo final. En 1942 Irene es detenida en un pequeño pueblo de la campiña francesa y conducida a los campos de prisioneros judíos. Poco después, acabaría exterminada como una semita más en Auschwitz, sabiendo ya que su marido también había sido ejecutado.
De ellos sólo quedaron los libros de Irene, sus dos hijas, y los manuscritos de una obra llamada a ser uno de los más importantes legados de la literatura universal: ‘Suite Francesa’. Se trataba de una novela en cinco partes, escrita en directo, como testigo de una época donde los hombres decidieron comprobar hasta dónde pueden llegar los límites humanos. La primera parte, Tempestad en junio, cuenta el éxodo de los parisienses ante un avance germano que se les antoja incomprensible en su rapidez y eficacia. Némirovsky retrata las mil pequeñas cobardías y miserias de una población errante, más preocupada por comer o dormir que por el destino de la patria. En la segunda parte -bautizada Dolce- se nos propone el retrato de un pueblo ocupado, de la cohabitación entre civiles franceses y soldados alemanes. Las tres que debían seguir, contarían el resurgir de los pueblos y la victoria final de un mundo nuevo. Un mundo que Irene, nunca podría enseñarnos.
Denise y Elizabeth huyeron por toda Francia arrastrando con ellas las dos primeras partes de ‘Suite Francesa’ y lograron sobrevivir al acoso nazi, gracias a la heroica complicidad de una profesora. Irene murió en la Guerra, pero su obra maestra quedó a salvo entre las cenizas.
Más de sesenta años han tenido que pasar desde aquella historia de heroínas, para que el mundo pueda leer la ‘Suite francesa’ de Irene Nemirovsky. En 2004, y después de terminar la ‘biografía soñada’ de su madre, Denise Epstein publicaba la gran historia inacabada. "Al principio no pude leer el manuscrito. El dolor y la cólera me lo impedían”, pero Denise acabó por entender aquello que su madre decía en más de quinientas páginas sin sentido aparente, "una victoria sobre el pasado, el abandono y el nazismo".
‘Suite française’ salió a la calle con una tirada de 10.000 ejemplares. La revista profesional del sector -Livres Hebdo- consideró de inmediato que se trataba del "libro más importante del año". En pocos meses, era premiada con el Renaudot Denoël, el más importante galardón de las letras francesas.
Hoy Europa quiere descubrir a uno de los grandes genios del siglo XX, a una mujer quemada –que no muerta- hace más de sesenta años y que hoy se reivindica en el mundo con las letras de una suite francesa que vivió y soñó bajo las bombas alemanas, y que acabó condenándola para toda la eternidad; la nuestra, la de aquí abajo.
Dicen que el tiempo lo cura y lo olvida todo. Afortunadamente, la letra y el arte no saben de tiempos ni de olvidos ni de muertes.