martes, 6 de noviembre de 2007

Besos y te quieros

Ali dice siempre que le quiere. Que le quiere de verdad, como se quiere cuando se ama, aunque la palabra amor no salga de su boca por miedo a la desnudez. Dice que es feliz y que no le importa su respuesta, la de Jorge, aunque Jorge sabe que Ali siempre está esperando otro ‘te quiero’ de los de verdad, de los de beso y lagrimilla, de los de abrazo y revolcón, suave y con caricias.
Pero a Jorge el amor ya no puede engañarle. Él sabe que las palabras vuelan fuera de los labios, y mueren. Incluso los ‘te quieros’, incluso los ‘siempres’, los ‘jamás’, los besos sin humedad y las lagrimillas de cama, antes y después del amor. Y a Jorge le duele la muerte. Le duele que mientan las palabras, incluso cuando dicen la verdad. Por eso Jorge no quiere decir ‘te quiero’. Por eso y porque a Jorge los besos, los abrazos y revolcón de caricias, ya le saben a ‘te quiero’ y lagrimilla.
La cama sigue sonando y los besos siguen teniendo olor a sal. Y Ali sigue esperando a que Jorge le pierda el miedo a las palabras. Jorge piensa que Ali no sabe lo que siente, como él, aunque en el fondo sabe más de lo que puede admitir. ‘Me da igual’, dice Ali. Miente. El caso es que Ali y Jorge se quieren, pero él sigue sabiendo que eso no es el amor. Ali sigue esperando un ‘te quiero’. Jorge espera el momento en que no pueda dejar de decirlo. La cama sigue sonando, mientras Jorge y Ali siguen jugando a saber lo que siente el del otro lado de los labios; sin saber, aún, lo que cada uno tiene en su beso y en su lagrimilla.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Sin máquina del tiempo

De pequeño yo quería ser Marty McFly. Quería ser mayor. Pero mayor después de mucho tiempo, para poder recordar todos los días que me hicieron alto de frente y sabio de ojos y de manos. Yo quería ser Marty para viajar en el tiempo. Para escribir mis días felices en un Delorean achatarrado y llegar al punto final de las dudas, ese punto de leyenda urbana que algunos dicen debió existir para alguien en algún momento de la historia, aunque ya pueda creerlo. Yo quería ser mayor, sí; mayor y orgulloso, con mi saco de los deberes hechos y mis álbumes de fotos exhibiendo los tiempos en que soñaba tenerlos. Yo sólo quería un Delorean para cabalgar sobre los años, y no sufrir la suave ceguera de vivir por debajo de ellos.
Hoy ya no soy pequeño, pero tampoco soy mayor. Mi Delorean se perdió entre tantos caminos vadeados, mientras aprendía a perder el miedo al sufrimiento. Sí, es curioso cómo uno es capaz de perder un miedo y encontrar otro. Ahora ya no soy pequeño, y sin embargo aún quiero ser Marty McFly. ¿Para qué? Ni siquiera lo sé. El pasado me gusta donde está, tapado por el polvo de los libros escritos que han quedado sin leer. Pero el futuro queda demasiado cerca de la muerte, entre demasiadas nadas que aún no he conseguido decorar. Y eso es lo que más me preocupa.
Aún no soy mayor, pero sigo queriendo ser Marty McFly. Sólo por escapar, por huir ante el peligro con un aeropatín y saltar de siglo en siglo, sólo por diversión. El futuro me da miedo porque acostumbra a llegar demasiado pronto, y nunca se presenta como te prometió. El tiempo me da miedo, porque no me deja respirar. El reloj me da miedo. La almohada me da miedo, los besos, las palabras, los kilómetros y el ascensor. Me da miedo no saber dónde estoy. Me da miedo no ver ese punto final de las dudas en el horizonte. Por eso sigo queriendo mi Delorean, y sigo envidiando a Marty McFly.