miércoles, 2 de septiembre de 2009

'El lobo estepario', Herman Hesse

Sucede que a menudo los libros le eligen a uno. Es extraño y misterioso; casi místico, en el plano de quienes profesan la religión de los estados de ánimo. Pero sí, ahí están las letras esperando a unos ojos hambrientos de un ‘algo’ que desconocen pero desean, ‘cualquier cosa’, diría uno de estos parroquianos del alma, hasta que el libro se abre y la función echa a andar.

Y sucede que a Javier le tocó vivir uno de esos ratos de magia a solas, hace un par de meses. ‘El lobo estepario’, de Hermann Hesse. Lo juzgó por encima y receló, recordando una obra anterior del escritor alemán que le había sabido a poco y a fácil. ‘Habrá que intentarlo’, al fin y al cabo, las recomendaciones siempre merecen un esfuerzo. Y la función echó a andar.

Por unas horas, Javier creyó reconciliarse con su propia soledad, con el lobo estepario que le aullaba dentro. Empezó a sentir el alivio del dolor, la belleza del dolor, el absurdo jugueteo de una cabeza loca falsamente rechazada del mundo, por pura correspondencia. Le volvió a brillar el ojo, como aquellos días en que se sentía un ser especial, una persona viva y diferente al resto de carnes errantes encadenadas al resto del ganado. Sí, era otra vez diferente y eso le hacía sufrir, pero también le convertía en el hombre más vivo de todo el mundo. Y la esperanza… oh, bendita esperanza, se volvió a dibujar en la línea del mañana, como un vaquero a contraluz en el horizonte.

Sucede que a menudo los libros se traen su magia a tus pies, como la vida de los parroquianos, los que profesan la religión de los estados de ánimo.

"Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al adormecido dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa."

martes, 1 de septiembre de 2009

Volvemos

Agosto se va y el cuento se cierra, sin trompetas, sin perdices, convencido de morir con el deber cumplido. La vida dibuja una muesca más en el bastón de los días que merecen ser pasado. El quehacer renace salvaje, frío, entre el café y las ‘buenas noches’. El mundo gira de nuevo y finge ser igual que el que dejaste anclado, como si nada de esto hubiera pasado.

Pero pasó, y mucho. Un sprint de noches cálidas, una gota de agonía en letras de segunda persona, un hilo infinito y recién cortado; un sudor frío y ebrio, una sonrisa de niño, al fin; una risa floja de chulo cervecero, un aliento tierno, cálido, un tacto de labios encarnados y una calle gris, de madrugada, vestida de un deseo ceniciento, de reloj y sin zapato. Una colección de miradas sonrientes; un coche y dos plazas, y la música sobre el asfalto, que nunca está parado.

Hoy las gotas caen del cielo. Me recuerdan que la lluvia volverá; que ya espera bufando entre los matorrales; que mojará, como siempre lo hizo, salpicando las notas que aún se dejan caer de mi ventana. Hoy la vida sigue, y no porque uno quiera, que también, sino porque la rueda gira y gira y quedarse atrás no está permitido, no cabe.

La música suena en mi cuarto, templada. Dire Straits me recuerda que no siempre Romeo supo elegir los momentos. El teléfono hierve de radio. La camisa pierde el blanco con el sol. El verano se fue; el estío muere, pero el rastro sigue oliendo a mar.

Hemos sido muy felices, ¿verdad? Para qué pedir más.