Sucede que a menudo los libros le eligen a uno. Es extraño y misterioso; casi místico, en el plano de quienes profesan la religión de los estados de ánimo. Pero sí, ahí están las letras esperando a unos ojos hambrientos de un ‘algo’ que desconocen pero desean, ‘cualquier cosa’, diría uno de estos parroquianos del alma, hasta que el libro se abre y la función echa a andar.
Y sucede que a Javier le tocó vivir uno de esos ratos de magia a solas, hace un par de meses. ‘El lobo estepario’, de Hermann Hesse. Lo juzgó por encima y receló, recordando una obra anterior del escritor alemán que le había sabido a poco y a fácil. ‘Habrá que intentarlo’, al fin y al cabo, las recomendaciones siempre merecen un esfuerzo. Y la función echó a andar.
Por unas horas, Javier creyó reconciliarse con su propia soledad, con el lobo estepario que le aullaba dentro. Empezó a sentir el alivio del dolor, la belleza del dolor, el absurdo jugueteo de una cabeza loca falsamente rechazada del mundo, por pura correspondencia. Le volvió a brillar el ojo, como aquellos días en que se sentía un ser especial, una persona viva y diferente al resto de carnes errantes encadenadas al resto del ganado. Sí, era otra vez diferente y eso le hacía sufrir, pero también le convertía en el hombre más vivo de todo el mundo. Y la esperanza… oh, bendita esperanza, se volvió a dibujar en la línea del mañana, como un vaquero a contraluz en el horizonte.
Sucede que a menudo los libros se traen su magia a tus pies, como la vida de los parroquianos, los que profesan la religión de los estados de ánimo.
"Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al adormecido dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa."