viernes, 9 de mayo de 2008

El papel en blanco

Ahí lo tienes. Tan blanco, tan limpio, como una virgen pidiendo manchas con algún sentido de la estética, o del amor, que lo mismo da. Tan pasivo, tan caliente, preparado incluso para el borrón, porque sabe que lo importante es siempre empezar, digas lo que digas.
Empezar; qué difícil. Miras al papel y te enamoras hasta el odio. Tú no consigues mover los dedos, pero él sigue ahí, blanco, inocente, irreverente, como un monstruito angelical que te mira las vergüenzas. Pero las vergüenzas no te salen. Dudas, piensas –craso error-, y finalmente, escribes una frase contundente. “Es bonito, ¿no?, y profundo”, piensas. Ahora toca seguir, sin mirar atrás.
Pero acabas mirando, porque lo bonito y profundo se convierte en una evidencia del vacío que hay entre los dedos, de ese suspiro al comenzar a manchar, de ese temor, de esa risa floja que ves en el trasluz del papel en blanco. Tachas y vuelves a empezar.
Te levantas, bebes coca-cola, te das al pensamiento, a la divagación, al onanismo en cuerpo y alma. Revisas viejas notas, miras a los grandes que reposan sobre los muebles del salón. Piensas y piensas, hasta que tu cabeza se aburre y se pone a cantar. Entonces, corres a tu cuarto, a tu papel en blanco con borrón. Le miras a los ojos y dibujas.
‘Puta’, es lo primero que te pasa por la mente, lo que baila entre los dedos. ‘El olor de sus manos lo delataba; alcohol, drogas, la puta del cuarto sudando después del almuerzo…’. Los dedos se mueven al fin y la banda sonora crepita con fuerza sobre el papel.
La batalla ha terminado. El negro sobre blanco comienza a cabalgar.