lunes, 26 de noviembre de 2007

Matemos a los ismos de una puta vez

Ejemplo 1, Nacionalismo: Origen: Europa meridional, finales del siglo XIX, como consecuencia de la expansión del liberalismo y los movimientos sociales, que provocaron un fuerte éxodo rural. Las capas más tradicionales, culparon del caos a los que llegaban de otras regiones para trabajar en las ciudades.
Síntomas: Odio al enemigo, que vive al otro lado de la trinchera, a quien no se conoce más que por ciertos estereotipos adquiridos en los bares, en algunas familias y, en los casos más graves, en las escuelas. A largo plazo puede degenerar en una grave frustración, la creencia de que existe un complot organizado contra su pueblo. También suele provocar narcisismo y autonombramientos a escala social como creer ser el portavoz de millones de personas.
Tratamiento: Lo más eficaz y rápido es viajar fuera de la región a la que se atribuye su propia soberanía; a ser posible, el viaje debe durar más de un mes, aunque dependerá de la gravedad del caso. Otra medida es la lectura crítica y reflexiva de textos de historia y filosofía. Otra, huir de todo discurso político.

Ejemplo 2, Feminismo: Origen: EEUU, años 50 y 60, como corriente integrada en otros movimientos sociales de origen estudiantil.
Síntomas: Manía persecutoria. El sujeto feminista cree firmemente que el mundo continúa oprimiendo a la mujer occidental, impidiendo el desarrollo normal de su vida. En casos avanzados, el paciente asume la superioridad de la mujer frente al hombre, al que atribuye estereotipos de siglos pasados. En casos graves, puede provocar esquizofrenia, con momentos de odio hacia el hombre seguidos de fases de necesidad del mismo.
Tratamiento: El tratamiento de esta patología suele ser largo y costoso. Se trata de conocer un amplio abanico de hombres y llegar a empalizar con ellos hasta el punto de considerarlos personas potencialmente buenas. Además, conviene que el paciente aprenda a conocerse a sí mismo y a aceptarse tal y como es, dentro de una sociedad sexualmente sana. En los casos más superficiales, basta con dosis regulares de sexo con una misma persona del género contrario.

Continuará…