lunes, 22 de octubre de 2007

Mi pasado ya no existe...

El tiempo ha pasado por allí. Y parece increíble. Otra vez él, el puto reloj que todo lo barre y lo vuelve a ordenar donde nunca puedas encontrarlo; donde algún día, aparezca sin saber dónde ni cómo nacieron las cosas que te hicieron grande. Él ha pasado por mi infancia y todo parece ahora condenado a ser diferente. Sí. Mi país de Nunca Jamás, al fin, ha dejado crecer a los niños perdidos.

domingo, 21 de octubre de 2007

Terminando el retrato...

-Buenas tardes David, ¿cómo se encuentra? –Luis era educado por simple gusto moral. Jamás decía una mala palabra; rara vez le vi insultando a alguien y en las pocas ocasiones que lo hizo delante de mí, su rabia acababa derivando en un número cómico.
-Estoy en un dialelo moral… –siguió. No podía evitar la sonrisa. Hablar con Luis era como leer una novela de Dickens, pero en vivo y en un Madrid post-decadente, soleado y sin té de las cuatro frente a High Park. En su lugar, Luis tenía sus cigarros de bolsillo, su VISA Electrón y su bonobús de diez viajes.
-Deberías fumarte un porro, Luis. Yo, si quieres, te acompaño. –no era más que un juego; él hablaba, yo provocaba y todo mezclado resultaba un diálogo de mentiras que convertíamos en moraleja para un rato. Sin moral, sin filosofía de water. Era sólo una cuestión de inventar.
-No necesito drogas ahora. La droga es tonta. Si enturbio mi cerebro, tendré dos dialelos morales… o sea, un trialelo, o una hecatombe de escrúpulos. Y eso sería demasiado complicado.
Él era el único de mis amigos que nunca tubo vocación. Estudió Filología porque dejó a medias Ingeniería Industrial, aburrido de derivar números que no tenían metáfora ni moraleja. Terminó la carrera, aprendido pero sin camino. Todos le decíamos que debía ser poeta. Era como un genio, sin poderes, pero genio. Él lo sabía y se revelaba contra su propia genialidad, negándose a su imperfección y escribiendo sólo para una papelera.
-Seré pastelero, ya lo verás. Haré los pasteles más ricos de Madrid. –decía. Lo cierto es que vivía la tragedia de ser inteligente, muy inteligente; tanto que todos lo sabían y esperaban de él algo diferente y grandioso. Demasiada responsabilidad. Luis no podía conformarse con ser normal, porque su propia imagen se lo impedía. Debía ser sublime; y como no solía serlo, el talento acababa convertido sólo en palabras perdidas.
-Me voy David.
-¿A donde?
-No lo sé, pero me voy. Necesito aprender a ser algo, y aquí no puedo, he fracasado. –su fracaso era no conformarse con lo conseguido; el fracaso de desear, sin saber muy bien el qué.»
«Eso me suena, mi querido amigo…»
«Sí, a mí también. Pero a Luis le sobraba lo que yo no tengo. Él disfrutaba buscándose. Se tiraba de los pelos cada día, sí, pero siempre caminaba y por eso siempre acababa encontrando algo. Ya sabes, es lo bueno de caminar, encontrar cosas. Siempre encuentras cosas cuando vas caminando.»
«Me alegra que, al menos, sepas eso.»
«Luis era un gran tipo. Uno de esos en los que te fijas con atención. Le miras, le intentas conocer, y sabes que debes aprender de él. Ese era Luis; sí, al menos era un tipo que caminaba siempre. Dejó sus primeros estudios por amor. Se metió en una ingeniería, por presión social; un chico tan listo debía dedicar sus estudios a la ciencia. Lo dejó porque se dio cuenta de que no era importante y todo lo que no era importante no podía tener cabida en la vida de Luis.