martes, 20 de enero de 2009

Cuando el tiempo sólo pasa

Enero se derrama casi sin querer; sin saltos, sin cigarras… la hormiga camina sin mirar a los lados; trabaja y duerme, y folla cuando puede hasta que sale el sol y debe volver al reguero de fieles del suburbano. La hormiga camina y el tiempo filtra solo la arenilla de esta lluvia de enero, que no deja espacio a los cantos rodados. Qué hermosos eran aquellos guijarros, ¿verdad? Aquel verano tonto de risas y gafas de sol, aquel tiempo tranquilo con el disfraz de lo eterno; sí, pero lo eterno es siempre mentira, con que sólo nos queda esperar para volver a ser embusteros. Entonces será el sol lo que oscurece; porque la luz nos recuerda nuestro lado animal, nuestra alma vegetativa, esa que entristece añorando la primavera. Y el invierno de enero es algo así como la siesta de las pequeñas cigarras.

Este enero oscuro ha traído los deberes de siempre. Nada cambia y todo fluye, pero al revés, que diría el poeta. Carlos sigue sin saber si su chica le pone los cuernos. Intuye que sí, por la experiencia; ha aprendido ya a mirar hacia el suelo y a esperar sus minutos de cariño, de gloria taciturna, que sigue aguardando como los más especiales que ella es capaz de entregar. La mentira de Carlos es, en este caso, una mentira impía pero inocente; la cena con galletas de quien ha pasado el día a pan y agua.

Veinte metros al sur, está Julián. Aún no es capaz de vaciar la botella, pero bebe cada noche trago a trago, gramo a gramo, sin esperar el día en que ver ese culo brillante y vacío, en que el tiempo haya hecho su trabajo y el ayer le mienta convertido en pasado pluscuamperfecto. Anoche volvió a salir. Volvió a ver una cara conocida y volvió a aquel polvo peregrino ya casi olvidado de calentura inmediata. El tiempo vuelve a girar y él se ha quedado para esperarle.

Este invierno terco nos sigue vigilando. Al menos es sincero, con su frío, su pasacalles y su gris perpetuo. Enero nos cobija hasta que escampe y volvamos a la vida de la rueda que gira. Hasta la primavera.