Y si no hubiera sido infeliz, jamás lo habríamos encumbrado. Raymond Carver pasó una vida oscura, negra, un camino de cincuenta años de botella, cigarro, mujer y bar, un túnel iluminado sólo por el aplauso a su público, quizás también oscuro, que vivió con sus fantasmas.
Pero los fantasmas de Carver ni asustan ni llevan cadenas. Son fantasmas de clase media, o baja, en un mundo preparado para ser feliz sólo a ratos, cortos y sin brillo, sólo en temporada alta; porque el sueño americano ya no existe en los pueblos del sur. Carver invoca sus propios demonios y nos presenta su vida multiplicada por miles de hombres, de mujeres, de dramas andantes con la media sonrisa de quien vive tranquilo con cerveza y culebrón; sin artificios. Hace héroes a los olvidados, a los que pocos dirían que son como yo, pero lo son, de alguna manera.
Raymond Carver fue un alcohólico brillante, infeliz durante décadas por una vida mísera con mucho tren y muy poco dinero. Cuando llegó a la madurez y olvidó por fin la botella, encontró el amor en brazos de una poetisa afortunada que logró verle convertido en el mejor cuentista vivo de América. Fue entonces, superados los viejos demonios, cuando el cáncer acabó con su vida, antes de cumplir los cincuenta. Puede que, simplemente, su trabajo en el mundo acabara con su tragedia.
Pero los fantasmas de Carver ni asustan ni llevan cadenas. Son fantasmas de clase media, o baja, en un mundo preparado para ser feliz sólo a ratos, cortos y sin brillo, sólo en temporada alta; porque el sueño americano ya no existe en los pueblos del sur. Carver invoca sus propios demonios y nos presenta su vida multiplicada por miles de hombres, de mujeres, de dramas andantes con la media sonrisa de quien vive tranquilo con cerveza y culebrón; sin artificios. Hace héroes a los olvidados, a los que pocos dirían que son como yo, pero lo son, de alguna manera.
Raymond Carver fue un alcohólico brillante, infeliz durante décadas por una vida mísera con mucho tren y muy poco dinero. Cuando llegó a la madurez y olvidó por fin la botella, encontró el amor en brazos de una poetisa afortunada que logró verle convertido en el mejor cuentista vivo de América. Fue entonces, superados los viejos demonios, cuando el cáncer acabó con su vida, antes de cumplir los cincuenta. Puede que, simplemente, su trabajo en el mundo acabara con su tragedia.
" Creo que en el amor no somos más que principiantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y también vosotros os amáis. Ya sabéis a qué tipo de amor me refiero ahora. Al amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al amor que inspira el ser de la otra persona."