miércoles, 19 de noviembre de 2008

Al fin, sólo y libre en la trinchera

La luna vestía de frío y neón. El suelo era seco, aunque en aquellas horas los huesos sangraban del frío y la lluvia nocturna. Larga noche, pensó. ¿La hora? Cualquiera. Poco importaba ya en la trinchera, sólo, dispuesto como un botón entre la paja, cargado de orden, misión, soldado y muerte.
La muerte…, era tan distinta a como la había imaginado. Se había indigestado de cine negro y había llegado a creer que matar era más difícil que dejarse morir. Qué mentira tan consoladora, pensaba. Ahora conocía el olor, el sabor, el sonido final de la carne humana y nada podía enturbiar su fina conciencia. ‘La conciencia’, pensaba… ‘ahora volvemos a tener verdadera conciencia’.
Pesaba el tiempo a cada tramo de aire que desfilaba sobre su armadura de soldado. Pesaba el frío; la noche era ronca y llorosa y él estaba sólo una vez más, rodeado de enemigos, esperando un resplandor que despertara al gatillo. Esperando la hora de volver a caminar, a devorar o ser devorado. La luna caminaba en silencio en una noche de guerra solitaria. ‘Era esto lo que yo quería’, pensó, ‘lo que el mundo necesitaba’.
Aún podía recordar los amaneceres de paz. Volvía a aquellos días vagos, a aquella tibieza primaveral que había acabado por corromperlo. Recordaba el sol como algo tempestivo, como algo normal y perezoso, de todos los días. El IBEX subía con plato grande y la compra dependía del humor del jefe. La niña de la almohada de al lado solía quererle, o al menos creía querer, porque los libros y la tele la obligaban, pintando el ojo de un guiño mentiroso y poético.
Pero aquello acabó. El IBEX bajó al fin y la niña ya no supo si amar era la respuesta a las facturas, al mal humor, a la partida de ajedrez trucada que cada mes debía seguir masticando. El sol ya no era firme. Las ventanas caían porque no había quién las reparase y el cuchillo era ya la única salida al escalofrío severo.
Recordaba bien aquella cola del INEM, aquel juicio. La ONU, el presidente, el líder social desenfundado del cordero; las alas de un comando de cientos de miles de locos pidiendo armagedón, San Juan, 4 – 1.
El mundo vuelto del revés. Medio hemisferio desecho en rabia, el otro medio en levedad; el resto, seguirá existiendo en el olvido. Y después la guerra, sin honores. Gritos, sangre, destrucción y parlamentos; un Kalashnikov en cada mano y el hombre de regreso a su mundo animal.
La sangre ahora le corría en pausa. Los dedos humeaban frío, la luna mentía con su luz. Ni un grito más en las persianas, ni una vida menos hasta el alba. El tiempo marchaba y la luz bastaba para gozar en la guerra; la luz, el tiempo, la nada y él, con su bolígrafo calado. Habían pasado dos meses de campaña y la sonrisa volvía a decir la verdad. Ya no había disfraz, no había mentiras, no había besos porque sí ni palabras cagadas en medio del mar, del humano charco de vida en común. Ahora escribía historias en trinchera. Escribía el mundo tal como era. Escribía en pasión de verdad, escribía en cólera, en el fuego presente de lo que el ojo ve y no calla. El mundo tibio y perezoso se había acabado. El papel volvía a mojar palabras que nadie tenía por qué leer. Tranquilo y sólo sonreía al mundo, en paz sólo consigo mismo.