lunes, 29 de septiembre de 2008

Lo que uno tiene de mayor...

Añorar es tan bonito como el rato a solas con el mar, en vacaciones. Es el aire tierno, la hora dedicada al ego intemporal, y al tiempo ganado, y sin embargo, ya perdido. Es el placer del viejo que bien puede sumar tan sólo veinte años. Aroñar es amar y es parar, algo así como un círculo con vocación de cuadrado.
Uno añora el verano, cuando el frío le moja los pies y las calles se visten de negro. Añora la tierra del pasado; ¡la tierra!, como si ésta fuera más amable, más cálida; como si el mero paso del tiempo la hubiera dejado embalsamada. Uno añora su colección de segundos favoritos. Aquél a lomos de una bici, mareado de granos y alcohol; o ese otro por el que quisieras llorar, perdido el tiempo, perdido el grito, olvidado el guiño de una cara conocida.
Uno añora como viejo lo que no pudo sonreír como niño. O lo que pudo, pero hoy se pierde entre aquellos sueños hoy conseguidos. Sí…, añorar es tan tonto como amar al mar en vacaciones, como no reír solamente, porque no apetece.