miércoles, 2 de julio de 2008

Gracias, perdón y ¡que viva el fútbol!

Los días han pasado como una marea. Tres días, cientos de horas. Música, jingles, promos, sintonías, teléfono, micro y música otra vez. Una pizza de vísperas, porterías y un balón. Radioestadio. Camisetas de trabajo en rojo y oro. Miedo, mucho miedo. Tensión, horas de radio contando historias, gente hablando de lo mismo y de lo suyo, que no podemos dejar de hacer nuestro. Un gol, millones de gritos y saltos al descompás de la pasión. Una voz llena de magia radiando corazones. Carreras, prisas, sonido, música. Campeones al fin. Sí, al fin campeones.
El teléfono no para de sonar. Mensajes de lágrimas, de gritos. Mensajes de quién sabe quién se habrá acordado de mí en este momento. Un locutor dando gracias, ‘a Héctor Fernández, a Miguel Venegas, a todo el equipo de RadioEstadio’, y un mensaje más, del mismo locutor.
Y mis ojos no pueden dejar el frente. Si miro atrás, estoy perdido. El móvil suena, pero no puedo mirar atrás. Abrazos, palabras, un poco de champán a las puertas de un Audi. Sueño, poco, pero sueño. Vuelvo a ver la radio, las caras, el abrazo, las mismas personas teñidas de rojo y de felicidad. Un balcón, una ciudad, una plaza. Colón se tiñe de rojo y de Campeones Campeones. Yo me subo en las nubes, de pájaro en pájaro desde el séptimo piso de un hotel. Luis se mantea y Xavi grita ‘viva España’. No hay política, al fin, ni siquiera nación. Hay caras y las caras sonríen y no pueden dejar de decir la verdad. Yo muero en radio y alegría, en falta de tiempo. Necesito un beso, pero el móvil no para de sonar. Es todo muy grande, lo sé; y yo estoy allí para contarlo, entre los pájaros, a la altura de Colón. El tiempo me corre como una marea y aún no soy capaz de ver lo que somos, lo que hemos hecho.
Gracias, por esto.