lunes, 26 de abril de 2010

Sueño mañanero y febril

A Jorge se le hacía duro el lunes mañanero. Le costaba teclear letras autómatas, le costaba el café de las diez, el ‘sí’ y el ‘quedan sólo un par de horas’. Miraba la luz del sol con los ojos entrecerrados, pensativo, como si aquella ráfaga que asomaba por la ventana del jefe fuera lo poco que le quedaba de unión con el mundo exterior.

Eso y sus fantasías, claro; aquellas escenas lentas que calentaban su frente y levantaban suavemente su par de comisuras acartonadas. Sí, pensaba en el verano y la cara le tornaba de un gesto amarillo e idiota. Llegaba hasta el fondo del armario de once meses de oración y allí se acurrucaba, tranquilo, feliz, dibujando los mapas de una aventura coloreada.

‘Estaré con ella’, se decía; y poco más podía importar. ‘Me cogerá la mano y saltaremos al agujero del árbol del país de las reinas de corazones y los conejos que saben hablar. Ella me dirá que sí y yo sabré lo mismo que siempre supe. Esa sonreirá y yo correré para ver cómo me alcanza. Haré las paces con los tiempos, y será el tiempo quien se pregunte ‘a qué demonios estamos esperando’; y entonces ella sabrá al fin lo que yo siempre supe’.

Jorge deambulaba por los aires agarrado a su compás. El teléfono empezó a sonar; era su jefe. Pero hoy la canción era un canto veraniego; ‘lo había olvidado’, ahora Jason Mraz le volvía a recordar que el sol estaba ahí fuera calentando a fuego lento su pequeño sueño de cartón; y no quiso descolgar.