jueves, 8 de octubre de 2009

Octubre cae en jueves, esta vez...

Algún chico de alguna calle de otoño regaña con sus dientes unos metros de este jueves de octubre tan antipático. El chico se llama ‘imbécil’, porque no sabe que el camino es demasiado largo para ponerle etiquetas. Pero se las pone, sabiendo que se asquea de esas grandes ilusiones que va dejando disfrazadas por el camino, rellenas de nada de nada. Y la nada va deshojando el calendario, pegajosa y cruel; y nuestro chico camina una calle en marrón cuarteado, midiendo sus calores con las piedras del camino, jugando a ser el chico más fuerte del mundo, jugando a suicidar cachitos de un corazón helado de repente, por aquello del rebote.

‘Se acabó; este juego no es para mí’. Lo dice porque no se siente ganador, a pesar de que las piezas sigan encajando, de que el dibujo de este puzle bélico es más claro y más bonito cada día. A pesar de todo, nuestro chico corre por la calle solo y ciego, buscando refugio, mirando al frente que no ve, hacia los rincones cálidos de un asfalto que nunca le ha fallado.

‘Aquí me acurrucaré, hasta que todo pase. Aquí no podré encontrarla. Si me busca, volveré…’, el chico se acomoda entre los setos, aún disfrazado de pinturas de guerra. Se agacha y llora un poco; es un chico. El mundo pasa por su lado, pero no le mira; le deja descansar. Sigue girando frío y silencioso, olvidadizo. Las hojas van cayendo y la lluvia ya no moja por causalidad. Las calles cantan tempestades, como siempre. En algún rincón, un chico se hace fuerte contra el tiempo, contra el juego que no puede olvidar.