viernes, 26 de junio de 2009

El hombre del espejo

Carlos vivía en una caja de percusión, sentado ante el espejo; y no pestañeaba. De noche miraba al frente, a su propia cara, buscando un montón de arrugas que descodificar. Ésta por aquel trabajo mal pagado, ésta por ella y por ellas, y esta por los días de lluvia y frío, solo entre las mantas. De día le echaba carreras a las nubes.

No había descanso, salvo en los ratos en que el espejo se hacía un poco más convexo. Entonces sí, los ojos se abrían a la claridad de la calle, fuera de la caja de percusión, y paseaban durante horas por el patio del mundo iluminado; el verdadero. Aunque Carlos aún no era capaz de reconocer la verdad y la mentira. ¿Era aquello cierto?, ¿aquellas voces?, ¿aquel neón?, ¿aquella piel morena mirando al frente? Aún no podía saberlo, pero cada instante de convexidad le alejaba del centro del espejo, de las arrugas y los ojos negros.

lunes, 22 de junio de 2009

La insoportable carrera del amor a la indiferencia

A Javi le duele mirar al pasado; al anteayer, a ese coco feo y triste que se empeña en amargar los refrescos del verano. Por eso no lo hace. Ni mira ni escucha, por aquello del escondite inglés, del olvido, del tiempo que corre y deja tibio el estómago y lejana la conciencia; esa maldita conciencia. Él sólo corre y el mundo no puede culparle por ello. Corre deprisa, esperando que el futuro llegue un poco antes y su barita se encargue de pegar los cristales rotos. Esperando a que Olga se encargue de aflojar la correa; que sólo olvide y sea feliz.

Pero a Olga la alegría le queda un poco a desmano. Le huele sólo a pasado, que es lo peor que se puede decir de la felicidad. Ella espera y espera, ahogada en las lágrimas de cada noche de puro recuerdo, en esa almohada perezosa que se pudre de humedad. Ella no quiere, sólo espera. Espera que el mundo vuelva a conspirar en su favor, como aquellos días. Espera, al menos, que Javi responda al teléfono y tenga el valor de dictar sentencia.

Pero Javi ha corrido ya demasiado, del amor al olvido en menos de cuarenta días. Y Olga sabe que el valor, como todo, ya no es sólo cosa de hombres.