viernes, 26 de junio de 2009

El hombre del espejo

Carlos vivía en una caja de percusión, sentado ante el espejo; y no pestañeaba. De noche miraba al frente, a su propia cara, buscando un montón de arrugas que descodificar. Ésta por aquel trabajo mal pagado, ésta por ella y por ellas, y esta por los días de lluvia y frío, solo entre las mantas. De día le echaba carreras a las nubes.

No había descanso, salvo en los ratos en que el espejo se hacía un poco más convexo. Entonces sí, los ojos se abrían a la claridad de la calle, fuera de la caja de percusión, y paseaban durante horas por el patio del mundo iluminado; el verdadero. Aunque Carlos aún no era capaz de reconocer la verdad y la mentira. ¿Era aquello cierto?, ¿aquellas voces?, ¿aquel neón?, ¿aquella piel morena mirando al frente? Aún no podía saberlo, pero cada instante de convexidad le alejaba del centro del espejo, de las arrugas y los ojos negros.

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