viernes, 21 de diciembre de 2007

Novelero, otra vez...

Sé que no será nunca un best seller, y que posiblemente tampoco posará jamás en las estanterías de la Fnac, pero para mí es un pequeño orgullo haber acabado esta semana MI SEGUNDA NOVELA, con el título de RETRATO DE UN MORIBUNDO.
Para aquellos valientes lectores que quieran una copia, simplemente que me llamen o me escriban un e-mail. No prometo un buen resultado, pero al menos siempre lo sigo intentando.

martes, 4 de diciembre de 2007

Cuánto vale un sueño

Anoche desperté y me sentía frío. Eran las cinco de la mañana; cuatro después de acostarme; tres después de conciliar el primer sueño y siete más que las horas que llevaba sin hacer algo útil; eran las cinco en la mesilla de mi habitación, pero el reloj no tenía la menor importancia. ¿Habrían muerto ya las agujas? Hacía días que agonizaban pidiendo el exilio, mientras yo mantenía su sentido con absurdas agendas plagadas de banalidades a las que no debía renunciar, por no enterrar al fin a ese tiempo inmaduro y cabrón.
No. En realidad seguía vivo aquel reloj. Aún. Lo miraba fijamente, en medio de la oscuridad, esperando de él una señal de amigo, o de enemigo, lo mismo daba; sólo esperaba un pie para seguir con la función. Pero él no se movía. No corría, no abrasaba veloz, como lo había hecho antes. No, ahora ese reloj era distinto y sólo marcaba un tiempo lento y sin sentido. Y yo me había despertado, por desgracia…
Sentía frío ahora, después del calor, del calor del sueño, de la mentira; como quien entra en una cámara de hielo y añora la calefacción del otro lado. Yo añoraba el calor de mi sueño, como siempre. Porque en mi sueño el calor salía de mí, y no de la manta. Salía de mi dulce lucha con el tiempo, de mi espacio recorrido, de mi teléfono y mis ganas de tocar las teclas del ordenador. El calor salía sin querer, por pura inercia, por no quedarse atrás, por no olvidarme. Ahora el calor me lo ofrecía la manta y eso no podía soportarlo.
Volví a mirar a aquel reloj, a la cara, sin temor. Pensé de nuevo en el tiempo, desde la otra cara, la oscura, la de los meses y los años, que nada tienen que ver con mañana ni pasado. Entonces pensé que el calor del sueño podía hacerse realidad, que podía volver a mi batalla feliz con el tiempo, con el teléfono, con los pasos que se cruzan en ratitos clandestinos. Sí, aquello era posible mirando a la cara oculta de aquel reloj oscuro y agonizante. Sólo tenía que mantenerlo en pie y en movimiento.
Entonces volví a sacar mi agenda y la empecé a llenar de nuevo con decenas de líneas que no tenían ninguna importancia. De nuevo pensé en mañana y en pasado. De nuevo pensé en el frío que sentía en aquella cama de estación, en mi casa, en el otoño que terminaba sin lunes de octubre y sin domingos de abril. Y pensé en cambiar de camino. El frío volvió a disparar contra aquella habitación. Volví a agachar mi cabeza y cerré los ojos buscando calor, buscando el sueño, otra vez.
Anoche desperté y me sentía frío. Muy frío.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Matemos a los ismos de una puta vez

Ejemplo 1, Nacionalismo: Origen: Europa meridional, finales del siglo XIX, como consecuencia de la expansión del liberalismo y los movimientos sociales, que provocaron un fuerte éxodo rural. Las capas más tradicionales, culparon del caos a los que llegaban de otras regiones para trabajar en las ciudades.
Síntomas: Odio al enemigo, que vive al otro lado de la trinchera, a quien no se conoce más que por ciertos estereotipos adquiridos en los bares, en algunas familias y, en los casos más graves, en las escuelas. A largo plazo puede degenerar en una grave frustración, la creencia de que existe un complot organizado contra su pueblo. También suele provocar narcisismo y autonombramientos a escala social como creer ser el portavoz de millones de personas.
Tratamiento: Lo más eficaz y rápido es viajar fuera de la región a la que se atribuye su propia soberanía; a ser posible, el viaje debe durar más de un mes, aunque dependerá de la gravedad del caso. Otra medida es la lectura crítica y reflexiva de textos de historia y filosofía. Otra, huir de todo discurso político.

Ejemplo 2, Feminismo: Origen: EEUU, años 50 y 60, como corriente integrada en otros movimientos sociales de origen estudiantil.
Síntomas: Manía persecutoria. El sujeto feminista cree firmemente que el mundo continúa oprimiendo a la mujer occidental, impidiendo el desarrollo normal de su vida. En casos avanzados, el paciente asume la superioridad de la mujer frente al hombre, al que atribuye estereotipos de siglos pasados. En casos graves, puede provocar esquizofrenia, con momentos de odio hacia el hombre seguidos de fases de necesidad del mismo.
Tratamiento: El tratamiento de esta patología suele ser largo y costoso. Se trata de conocer un amplio abanico de hombres y llegar a empalizar con ellos hasta el punto de considerarlos personas potencialmente buenas. Además, conviene que el paciente aprenda a conocerse a sí mismo y a aceptarse tal y como es, dentro de una sociedad sexualmente sana. En los casos más superficiales, basta con dosis regulares de sexo con una misma persona del género contrario.

Continuará…

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Resumen de un yo perdido y feliz

Primero fueron él y ella; sin nombre, sin subir los colores, aunque sólo tengo uno de cada. Me quisieron y me hicieron, poco a poco y casi sin querer, como nunca creyeron que sería, afortunadamente. Después hubo muchos él y bastantes ella. Él siempre estuvo más y mejor; más constante, más fiel, aunque mucho menos emocionante.
A los primeros él casi no los recuerdo. Algunos me pasaron el brazo por la espalda y me enseñaron lo humano que hay en un sábado de fútbol y palmeras de chocolate. Otros me hablaron de mujeres y labios y otros me dijeron que el tabaco era la forma más elegante de hablar frente a los mayores. Yo no hice caso, quizás por miedo, aunque recuerdo que imaginaba el olor a labios de niña después de un cigarrillo. El deseo pinchaba, pero no dejaba sangre. Los menos me preguntaron por mí, por mis padres, por mi extraña obsesión con hablar sólo y escribir mentiras de mí mismo; y he de admitir que algunos, incluso, llegaron a conocerme.
Después llegaron los primeros él, los de verdad; aquellos que merecieron la pena guardar en fotografía. Había un él que me contaba historias después de clase. Aprendimos juntos a hablar de nosotros mismos y a escuchar con los ojos; reímos y sonreímos con los sueños de un futuro que debía ser el mejor de todos los cuentos. Con él llegaron otros él. Llegaron las drogas de bar y la música de bar que pedía a gritos algo de droga donde mojar la herida, la de siempre. Llegaron las guitarras, llegaron él y él. Llegaron tantos él que supe al fin que merecía la pena aprender a conocerlos, y a quererlos. Él, con sus cervezas de guitarra entre planes y planes por hacer los días más especiales. Él, con su risa contagiosa, con su forma de repartir cariño bajo el cuero y la litrona. Él, y su obsesión por tener una ella. Él y él, que se esforzaban, por aquellos años, en no dejar un hueco a la melancolía.
Pero la vida nunca deja de moverse, y tantos cambios dejan demasiados huecos bajo las almohadas. El cambio se vistió de mayúscula, con sus vértigos y sus ojos abiertos. Y nacieron otros él. Y nació ella. Fue la primera, aunque antes hubo muchas otras. Me lavó, me vistió y me robó el paraguas para que sintiera de verdad lo que era la lluvia. Fue buena y mala; y ahora sé que eso no tiene ninguna importancia. Fue ella, con muchos acentos, que ni yo ni ella supimos dónde colocar.
En mitad del nuevo mundo saqué mis raíces. Soñé, reí, lloré y me sentí de nuevo más feo y más malo. Las drogas parieron sexo y el amor parió sexo también, así que nada podía tener demasiado sentido. En medio de todo, hubo otro él. Él me volvió a escuchar con los ojos y él me volvió a pasar el brazo por detrás de los hombros. También lo hizo un nuevo él, cuando yo dejé de ser el él de mi ella. Volvieron las drogas de sonrisa y palabra. Volvieron el rock and roll y los agujeros tapados. Y volví a ser yo, gracias a mí y a él.
Es extraño cómo el camino está plagado de gente. Caminando y caminando fui a parar a una nueva estación, más grande, más llena y con más escaparates. Con ella, plagada esta vez de ojos y de brazos calientes. Ella fue muy ella, cuando nadie parecía poder serlo, pero ella acabó perdiendo la mayúscula, y yo acabé perdiendo toda la palabra. Pero después de todo, después de tanto, después de él y de ella, él seguía allí. Él, claro, esta vez disfrazado de profesor necesitado, arropado por las letras y acorralado al mismo tiempo. Empezó enseñándome cómo mirar la vida bajo mis pies, y acabó viviendo al ritmo que le imponían los suyos, más caprichosos, más sinceros también. Él me enseñó a quererle y a quererme y a querer a otro él, el de la poesía entre las manos, entre las cejas. También quise a otra ella, la de los mofletes, la risa floja y los abrazos de primavera. Y todo siguió, volviendo a empezar.
Entonces seguí caminando y ella decidió nacer sobre mis ojos. Vino, vio y me venció, para siempre. Aunque ahora sé que el siempre nunca es de verdad y que las victorias sólo son un punto de partida. Ella vino con otra ella, que nada tenía que ver. Y con otro él y otro y otro, que se unieron a los de antes para dar un poco de color a la estación en la que paraba. Y todo fue para bien, bonito y barato. La vida siguió, cargada de ella y de él y de yo y de él y de todo lo que sigue a los puntos suspensivos…

lunes, 19 de noviembre de 2007

Un amigo de noche fugaz

El día se ha marchado ya. Y él también, aunque parezca mentira, aunque pueda escucharlo dormir al otro lado de mi pared. Allí descansa, en su colchón, en mi salón, como si el mundo fuera un juego divertido, como si nada fuera más poderoso que su propia forma de vivir, como si, simplemente, el día se hubiera muerto como uno cualquiera, sin rencor, sin agonía.
Y además, tiene razón. Nada es más poderoso y este día ha muerto igual que cualquiera, pero mejor. Él sigue sentado en su pupitre verde y yo recibo sus lecciones mientras creo caer y volar. Y me confunde. Y no lo entiendo. Será cierto que la persona más sencilla será quien te enseñe a tener la mente clara. Será que hasta quien menos pretende, puede ser grande.
Ayer me decía que el mundo me está tratando bien y yo no era capaz de rebatirle. Hoy me obligaba a admitir que soy feliz, y eso ya no puedo soportarlo.
Han pasado más de diez años y sigue teniendo dando todo lo que se le puede pedir. Me sacó de mí mismo cuando quise dar mi vida a quien no la merecía. Me entendió cuando dejé de estar enamorado. Me abrazó cuando debía hacerlo y me drogó cuando la noche nos daba la bienvenida con palmaditas de rock and roll. Se fue y volvió con los vientos, con las estaciones, para ser como siempre, porque el tiempo nunca tuvo efecto sobre él.
Creo que la gente no me entiende cuando hablo de amistad, cuando digo ‘colegas’. Si le pudieran mirar a él, lo entenderían todo. O puede que no. Hace diez años que lo conozco y eso no puede enseñarse con una mirada.
Tengo frío aún, y sin embargo todavía siento el calor de las últimas horas. Creo que me he quedado fuera, que no me atrevo a entrar en casa y sigo pidiendo un poco más de humo de palabras en el parque oscuro, donde las malas miradas. O puede que simplemente esté mareado. Será la falta de costumbre. Sigo teniendo el poso de su hablar, pausado, alargado, cálido hasta donde permiten los años de litrona. Él sigue hablando y yo sigo escuchando, sin poder callar.
‘Qué grande es el día y la noche’, pienso. Da igual. Mañana querré escupirle a la luna y él seguirá pensando lo mismo de siempre. Él seguirá siendo él, pausado, tranquilo, feliz. Ayer vino a darme la última lección. Mañana se irá de nuevo.
Creo que entraré en casa. No tengo frío, pero sé que eso tampoco tiene importancia. Ahora recuerdo que soy feliz. Mientras lo sepa, seguiré siéndolo. Mañana se irá de nuevo. Yo tendré calor, o frío, nunca la misma sensación. Puede que la llame, a ella, y siga siendo feliz. Pero él seguirá donde yo no lo sepa, seguirá viviendo, y durmiendo en mi salón.

martes, 13 de noviembre de 2007

Así comienza mi retrato

Sabía que eran las seis de la tarde. Lo sabía, como todo, pero no le daba demasiada importancia. Era la hora elegida para aquel momento, y nada más. El reloj de la torre giraba a lo lejos, moviendo a toda la ciudad. Era la Puerta del Sol, desde arriba, desde donde todo se ve sin ser visto. El aire corría frío, ya sin la estufa de un día que se marchaba, como todos. Las agujas de aquel reloj montaban su función y el mundo giraba alrededor del tiempo, como cada día, como siempre.
Aquellas seis de la tarde eran para él. Era el momento, simplemente, el instante de hacerse necesario. Alguien había matado al tiempo y necesitaba hablar con él. Sabía que debía estar allí, con él; sabía que estaría allí, como siempre lo había estado. Sabía que alguien se había escapado del mundo, y sabía quién era ese caminante desterrado por sí mismo. Tenía que buscarlo y hablar con él. Sí, sabía donde encontrarlo. Lo sabía, como todo.
La azotea miraba a un otoño suave y nostálgico. Los tejados de Madrid escalaban unos sobre otros, como siempre lo habían hecho durante cientos de otoños tardíos como aquel. Le gustaba mirar desde allí. Mirar los nidos de teja en teja, donde nadie los encontraría; mirar a ese otro mundo que caminaba con prisas por el suelo. Qué pequeños se veían todos esos hombres. Tan pequeños que todos eran iguales desde un tejado de Madrid. Y sin embargo, qué grandiosos y especiales se imaginaban desde más abajo.
El aire corría frío, pero a él no le importaba. Se sentía bien mirando al mundo en plena función, maquinando al ritmo de un reloj inerte, al se había entregado el mando de la ciudad, por orden del bien común. Desde la Mayor subía el olor a castañas, tan dulce, tan añejo, tan familiar para todas las generaciones. Una niña pedía un cucurucho, mientras la madre sudaba en su chaqueta de entretiempo. Desde Arenal se escuchaban los gritos de las loteras vendiendo ilusión, por mandato divino de las Navidades venideras. Los negros vendían discos-pirata, los pobres pedían monedas a cambio de conciencia e inocencia, los menos tocaban para el público de los billetes en el bolsillo, para el visitante que cumplía con su papel a golpe de cámara de fotos y billetera.
Toda la ciudad caminaba su vida diaria, tan armónica, tan extraña, tan especial como siempre, mientras él pensaba en aquellas seis de la tarde en que el tiempo le había elegido.

martes, 6 de noviembre de 2007

Besos y te quieros

Ali dice siempre que le quiere. Que le quiere de verdad, como se quiere cuando se ama, aunque la palabra amor no salga de su boca por miedo a la desnudez. Dice que es feliz y que no le importa su respuesta, la de Jorge, aunque Jorge sabe que Ali siempre está esperando otro ‘te quiero’ de los de verdad, de los de beso y lagrimilla, de los de abrazo y revolcón, suave y con caricias.
Pero a Jorge el amor ya no puede engañarle. Él sabe que las palabras vuelan fuera de los labios, y mueren. Incluso los ‘te quieros’, incluso los ‘siempres’, los ‘jamás’, los besos sin humedad y las lagrimillas de cama, antes y después del amor. Y a Jorge le duele la muerte. Le duele que mientan las palabras, incluso cuando dicen la verdad. Por eso Jorge no quiere decir ‘te quiero’. Por eso y porque a Jorge los besos, los abrazos y revolcón de caricias, ya le saben a ‘te quiero’ y lagrimilla.
La cama sigue sonando y los besos siguen teniendo olor a sal. Y Ali sigue esperando a que Jorge le pierda el miedo a las palabras. Jorge piensa que Ali no sabe lo que siente, como él, aunque en el fondo sabe más de lo que puede admitir. ‘Me da igual’, dice Ali. Miente. El caso es que Ali y Jorge se quieren, pero él sigue sabiendo que eso no es el amor. Ali sigue esperando un ‘te quiero’. Jorge espera el momento en que no pueda dejar de decirlo. La cama sigue sonando, mientras Jorge y Ali siguen jugando a saber lo que siente el del otro lado de los labios; sin saber, aún, lo que cada uno tiene en su beso y en su lagrimilla.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Sin máquina del tiempo

De pequeño yo quería ser Marty McFly. Quería ser mayor. Pero mayor después de mucho tiempo, para poder recordar todos los días que me hicieron alto de frente y sabio de ojos y de manos. Yo quería ser Marty para viajar en el tiempo. Para escribir mis días felices en un Delorean achatarrado y llegar al punto final de las dudas, ese punto de leyenda urbana que algunos dicen debió existir para alguien en algún momento de la historia, aunque ya pueda creerlo. Yo quería ser mayor, sí; mayor y orgulloso, con mi saco de los deberes hechos y mis álbumes de fotos exhibiendo los tiempos en que soñaba tenerlos. Yo sólo quería un Delorean para cabalgar sobre los años, y no sufrir la suave ceguera de vivir por debajo de ellos.
Hoy ya no soy pequeño, pero tampoco soy mayor. Mi Delorean se perdió entre tantos caminos vadeados, mientras aprendía a perder el miedo al sufrimiento. Sí, es curioso cómo uno es capaz de perder un miedo y encontrar otro. Ahora ya no soy pequeño, y sin embargo aún quiero ser Marty McFly. ¿Para qué? Ni siquiera lo sé. El pasado me gusta donde está, tapado por el polvo de los libros escritos que han quedado sin leer. Pero el futuro queda demasiado cerca de la muerte, entre demasiadas nadas que aún no he conseguido decorar. Y eso es lo que más me preocupa.
Aún no soy mayor, pero sigo queriendo ser Marty McFly. Sólo por escapar, por huir ante el peligro con un aeropatín y saltar de siglo en siglo, sólo por diversión. El futuro me da miedo porque acostumbra a llegar demasiado pronto, y nunca se presenta como te prometió. El tiempo me da miedo, porque no me deja respirar. El reloj me da miedo. La almohada me da miedo, los besos, las palabras, los kilómetros y el ascensor. Me da miedo no saber dónde estoy. Me da miedo no ver ese punto final de las dudas en el horizonte. Por eso sigo queriendo mi Delorean, y sigo envidiando a Marty McFly.

domingo, 28 de octubre de 2007

Paseando en el retrato...

Una noche, una chica le dijo a su novio que estaba embarazada y éste le confesó que llevaba un año casado, que su mujer vivía en Alemania y que estaba deseando pagarse el billete de avión hasta Munich para empezar una nueva vida. La chica lloró y el chico salió corriendo. Yo decidí que aquella chica había muerto de pena unas horas más tarde, y que el chico no quería una nueva vida, sino más bien todo lo contrario.
Otro día, también de noche, un chico iba con amigos y se encontró con otros dos amigos. Los otros amigos, cuando vieron a su amigo, separaron sus cuerpos medio metro y fingieron ser sólo amigos delante del amigo que no sabía de amores entre amigos de litrona y vestuario. Unos metros más tarde, se cruzaron con tres nazis que también eran amigos, y volvieron a fingir amistad, igual que con su amigo, pero esta vez sin levantar la cabeza, porque los nazis no eran amigos suyos. Aquel día también pensé que aquellos dos amigos debieron morir de pena unas horas después; pero la noche pasó y recordé que ni Romeo ni Julieta habían vivido en Madrid, y no conocían cientos de calles donde mendigarse el amor el uno sobre el otro, disfrazados de amigos.
Nunca pensé que esta ciudad pudiera esconder cada día tantas historias, tantas alegrías y tristezas, tantas almas errantes y sin vida, tantas desgracias, amores y odios, héroes y villanos de escalera y bajopuente. Un mundo, sí. Madrid es un planeta de mundos y de vidas donde tú te construyes tu propio mundo. Un mundo, sí, con un submundo llamado metro.
Un día cogí el metro para ir a una fiesta y el amor debió seguirme, porque lo encontré frente a mí como en un teatrillo nómada, a lo García Lorca. Nada más entrar en la estación, unos novios se regalaban besos y te quieros mientras esperaban que llegara el tren hacia cualquier parte. Aunque el tren no les importaba, porque sus besos no tenían prisas y el tiempo estaba parado hasta que llegara el vagón, el que ellos quisieran. Él la decía que estarían siempre juntos, y ella le prometía amor sin alfileres ni botones, cerrado para toda la vida. Entré en el primer vagón y me senté solo. Dejé de escuchar cariños y te quieros, y seguí con el siguiente capítulo de suburbano. Frente a mí, una novia le pedía a su novio una última oportunidad. Él hablaba poco, nervioso; ella no paraba de pedir. “Sólo ha sido una discusión tonta; podemos pasar página y volver a ser felices juntos.”; él no podía mirarla. Hablaba como de perfil, castigado. “No, ya no sirve para nada” y aparentaba una dureza que no tenían ni sus ojos ni sus labios. Me bajé de aquel metro y me volví a subir a otro.
-¿Sabes algo de Alfonso? –preguntaba una amiga a otra amiga que, además, también era exnovia.
-¿Alfonso? Ni idea. Ni sé nada de él ni quiero saberlo. –parecía sincera.
-Joder, Lucía ¡quién te lo iba a decir hace un mes, hija, con lo colgada que seguías!
El amor te da lecciones a cámara rápida, ¿no? O los hombres somos muy tontos o él es muy cabrón.

lunes, 22 de octubre de 2007

Mi pasado ya no existe...

El tiempo ha pasado por allí. Y parece increíble. Otra vez él, el puto reloj que todo lo barre y lo vuelve a ordenar donde nunca puedas encontrarlo; donde algún día, aparezca sin saber dónde ni cómo nacieron las cosas que te hicieron grande. Él ha pasado por mi infancia y todo parece ahora condenado a ser diferente. Sí. Mi país de Nunca Jamás, al fin, ha dejado crecer a los niños perdidos.

domingo, 21 de octubre de 2007

Terminando el retrato...

-Buenas tardes David, ¿cómo se encuentra? –Luis era educado por simple gusto moral. Jamás decía una mala palabra; rara vez le vi insultando a alguien y en las pocas ocasiones que lo hizo delante de mí, su rabia acababa derivando en un número cómico.
-Estoy en un dialelo moral… –siguió. No podía evitar la sonrisa. Hablar con Luis era como leer una novela de Dickens, pero en vivo y en un Madrid post-decadente, soleado y sin té de las cuatro frente a High Park. En su lugar, Luis tenía sus cigarros de bolsillo, su VISA Electrón y su bonobús de diez viajes.
-Deberías fumarte un porro, Luis. Yo, si quieres, te acompaño. –no era más que un juego; él hablaba, yo provocaba y todo mezclado resultaba un diálogo de mentiras que convertíamos en moraleja para un rato. Sin moral, sin filosofía de water. Era sólo una cuestión de inventar.
-No necesito drogas ahora. La droga es tonta. Si enturbio mi cerebro, tendré dos dialelos morales… o sea, un trialelo, o una hecatombe de escrúpulos. Y eso sería demasiado complicado.
Él era el único de mis amigos que nunca tubo vocación. Estudió Filología porque dejó a medias Ingeniería Industrial, aburrido de derivar números que no tenían metáfora ni moraleja. Terminó la carrera, aprendido pero sin camino. Todos le decíamos que debía ser poeta. Era como un genio, sin poderes, pero genio. Él lo sabía y se revelaba contra su propia genialidad, negándose a su imperfección y escribiendo sólo para una papelera.
-Seré pastelero, ya lo verás. Haré los pasteles más ricos de Madrid. –decía. Lo cierto es que vivía la tragedia de ser inteligente, muy inteligente; tanto que todos lo sabían y esperaban de él algo diferente y grandioso. Demasiada responsabilidad. Luis no podía conformarse con ser normal, porque su propia imagen se lo impedía. Debía ser sublime; y como no solía serlo, el talento acababa convertido sólo en palabras perdidas.
-Me voy David.
-¿A donde?
-No lo sé, pero me voy. Necesito aprender a ser algo, y aquí no puedo, he fracasado. –su fracaso era no conformarse con lo conseguido; el fracaso de desear, sin saber muy bien el qué.»
«Eso me suena, mi querido amigo…»
«Sí, a mí también. Pero a Luis le sobraba lo que yo no tengo. Él disfrutaba buscándose. Se tiraba de los pelos cada día, sí, pero siempre caminaba y por eso siempre acababa encontrando algo. Ya sabes, es lo bueno de caminar, encontrar cosas. Siempre encuentras cosas cuando vas caminando.»
«Me alegra que, al menos, sepas eso.»
«Luis era un gran tipo. Uno de esos en los que te fijas con atención. Le miras, le intentas conocer, y sabes que debes aprender de él. Ese era Luis; sí, al menos era un tipo que caminaba siempre. Dejó sus primeros estudios por amor. Se metió en una ingeniería, por presión social; un chico tan listo debía dedicar sus estudios a la ciencia. Lo dejó porque se dio cuenta de que no era importante y todo lo que no era importante no podía tener cabida en la vida de Luis.

lunes, 15 de octubre de 2007

Es un beso

O más que eso. No sabría describirlo, por mil veces que entrara por mis labios. No sabría pensarlo, recordarlo si quiera. Hay cosas que están hechas sólo para ser vividas, igual que las hay que lo están para ser mentidas entre jarabes y ron. El beso no, el beso no se puede contar, por mil palabras que lo intenten.
Y lo intentan, claro… ¿cómo empezar?... Diría que fue una noche gris, como todas, cargada de luces. Diría que fue, porque el beso es siempre singular, aunque se haya vivido demasiadas veces. Quizás sea por ese afán de eternidad, ese imposible, el misticismo de lo divino. Sí, será por eso…, por eso que, como los ángeles, cada beso completa su especie.
Diría, entonces, que fue una noche gris. Una noche, porque se necesita tener al corazón sin guardia. Y gris, porque el beso no deja espacio a los colores, igual que el sueño. Nada hay de rojo ni de verde, no hay blanco, porque el beso se encarga de que todo sentido, en un minuto, claudique bajo los labios.
Diría que el beso fue con Ella, ¿no?, con mayúsculas. Pero todo sería inútil porque las letras no valen para hablar de ella, ni de la otra ella, ni de ninguna ella que haya tenido la bondad de regalarse bajo un beso. Ella siempre fue ella, igual que el beso. Nada más. El beso no deja espacio a los pensamientos.
Diría muchas cosas, como siempre, pero todo sería un poco de verdad y un poco de mentira. Diría que el tiempo murió, que la calle quedó abandonada por el mundo, que una discoteca dejó de sonar, que la lluvia suspendió sus carcajadas. Diría que fuiste tú la que me lo diste. Que tiempo atrás del beso miraste a mis ojos buscando un anhelo de correspondencia. Que me tocaste en algún lugar, en alguna ropa que hoy no recuerdo. Diría que sonaba Bob Dylan, con sus vientos. Diría que fui feliz. Diría que tú lo pareciste. Diría que te amaba. Diría que todo fue eterno durante diez segundos. Diría que no había nada que decir porque los labios estaban ceñidos a lo importante. Diría muchas cosas, pero nunca jamás podría decir nada de aquel beso.

viernes, 12 de octubre de 2007

España sigue sin sonar a nosotros

Aunque sepa bien; aunque guste, en caliente y sin voz alta, no nos vayan a teñir de gris. España está llena de españoles que no saben que lo son; y yo el primero. Dormimos con los complejos de un pasado que no conocimos, pero que alguien se ha encargado de resumir. El bigote fue malo, y por contagio todo lo que tenga el tufo de rojo y gualda, de una, de grande y de libertad para unos pocos. Todos somos hijos de muchos hijosdeputa y también de muchos héroes que nadie quiere conocer. Somos vástagos desagradecidos, por aquello de los cuervos y la ignorancia consentida. Somos pasado de un país y un mundo y una Europa... somos pasado ajeno, pero somos un presente que molesta ver, porque cualquier amor lejano calienta más que los besos de quien te toca al otro lado del sofá.
Somos jamón ibérico y bellotas; somos vino, fiesta y garrafón; somos trabajo lo justo y despierto hasta la una viendo Crónicas Marranas. Somos España, queramos o no, porque no somos fetichistas ni clásicos, como los vecinos del norte, ni amantes del velo, las alfombras y Alá como los del sur. Somos España porque nos ha tocado, sin costuras ni perdón. Sin algazara, ya me entiendes. No quiero manifas ni hogueras tontas. No quiero banderas, aunque no me molestan. En el fondo sólo me incordia la molestia del resto, de los que escupen gritos porque sí, de los esbirros de lo que sea; me molesta ese atrezo de pancarta por lo incomodo de lo banal, de lo que no me importa. España me la suda, decía Savater. A mí España me la suda como bandera, como símbolo de personas que son iguales que nadie, como icono de farándula y toro bravo. Me la suda, igual que mi Vitoria, mi Madrid, Flandes o Kuala Lumpur. Las banderas deberían llevar un botiquín a bordo, porque siempre consiguen herir a alguien.España es lo que somos, igual que Grecia, Roma y Jerusalem, pero eso sólo nos convierte en siglo XXI. El problema es el futuro y el presente. Pero eso, ya a casi nadie le interesa. Me molesta que la gente se moleste. Me molesta que Nosotros no sea posible, se llame España, se llame mundo o se llame convivencia.

martes, 9 de octubre de 2007

Con la verdad por delante

Alice me lo dijo la última vez: ‘mentir es lo más divertido que puede hacer una chica sin quitarse la ropa’. Ella era hermosa, claro, con cara de buena y piernas de mala. Ella era Alice y era la mentira que todo hombre quiere buscar para siempre y olvidar para nunca. Miraba sin miedo, directamente, subida en su poder de pequeña y delicada. En realidad su nombre era Jane, simplemente Jane, pero eso a nadie le importaba.Ella alquilaba las vistas de su cuerpo por billetes de cincuenta dólares. Era hermosa y decadente, sí…, y triste, con cara de feliz. Pero Alice, al menos, decía la verdad.
Mentir es divertido; sobre todo si eres hombre y nadie se muere por ver cómo te quitas la ropa. Pero mentir sólo a medias, sin extremismos; mentir levantando sombreros, jodiendo a quien no quiere escuchar palabras prohibidas; mentir diciendo que te gusta follar con chicas guapas, que quieres matar a la gente que escupe por la calle y escupir a los que dicen que no quieren saber la verdad. Porque la verdad siempre será lo más revolucionario.
Ya sé que el XXI es un siglo sin revoluciones. Lo sé. La revuelta ha salido de la calle y se ha colado entre escotes y cremalleras. Se ha colado dentro, en las pasquillas para dormir, en el güisqui de media tarde, en el amor con sudor y sin te quieros. Hoy la revolución es mentir, diciendo la verdad. Mentir es lo queda, ni más ni menos. Es lo que hay después de Camus y de las nauseas de Sartre. Ahora todos vomitamos decadencia de salón, de fin de semana, de ‘no sé qué me pasa’, de ‘no sé’, ‘no sé’, ‘no sé’… nunca, o sí…
O no, porque lo bueno de mentir es que nunca sabes si se te va a colar un cachito de verdad por entre los dientes, por entre palabras que a veces no tienen ningún significado, y a veces lo tienen todo. Porque siempre se te escapa. Siempre, gracias a Dios.
Yo aprendí a mentir antes de aprender a decir la verdad, igual que aprendí a saber antes de aprender a aprender. Por eso hoy me declaro mentiroso, pero de los que siempre dicen la verdad; de la clase de farsante redimido que promete ser sincero por el camino difícil. Yo soy así, y cambiaré. Pero hoy me siento frente a ti y sólo puedo prometerte mentiras; mentiras de verdad, verdades a medias con propósito de bonachón. Por eso ahora te pido perdón, sin ninguna garantía de enmienda. Que tú me perdones o no, que me sigas o me ignores, depende de lo mucho y lo poco que te gusten las mentiras.