miércoles, 12 de noviembre de 2008

Literatura - 'A puerta cerrada', el castigo humano de Sartre

Hablar de Sartre me provoca apuro, la verdad. Y es escribir sobre él me huele a rancio, como a otro tiempo. Me suena a Tony Alcántara, al niño repipi que descubre lo hermoso del eco de su voz, al hablar de genios vagos, oscuros, pero genios de lo grandioso.
Jean Paul fue un tipo grande, de esos que quedan chupados por los libros de historia y de filosofía. De esos de trivial, de pregunta sonrojante, porque quién no sabe de su Náusea, de su yo, de su basta, de su hilaridad para con todo ser viviente y sonriente. Sí, Sartre es el tipo que ganó un premio Nobel y lo rechazó, por aquello del despego al arte instituido. El mismo tipo que reclamara después el dinero que se adjunta al mismo Nobel, por aquello del apego a los bienes bien instituidos. Sartre era el tipo que llenó al mundo de su mágica náusea, de su halo triste que hoy arrastramos por no entender bien aquello de la existencia y el decoro.
Pero hoy Sartre asoma por este rincón mentiroso por la mera vía de su letra; la una de ellas. ‘A puerta cerrada’, una obra simple pero nueva, calada con el ingenio del francés y su discurso, que en vísperas del armisticio mundial (1944) dibujaba temblores sobre el intelecto de la época, laico y pre-decadente, entre el infierno beato y el fuego del fusil. Fantasmas recientes, al fin y al cabo.
Aquí Sartre nos enseña el infierno desde sus entrañas. Un martirio tibio e infinito, formado por la mente del condenado. Un infierno propio y terrenal. ‘El infierno son los otros’, nos dice, mientras desmenuza los fantasmas de un infierno que poco tiene de divino y mucho de terrenal. El odio por el hombre, por los hombres. Por vosotros, que molestáis. Sartre se hace Dios, por un momento, para, una vez más, señalarnos como diablos.
'A puerta cerrada', Jean Paul Sartre