martes, 1 de diciembre de 2009

La niña tenía un sueño

Uno grande y complicado, de esos que se temen y se aman a distancia. La niña ya era grande; sus ojos contaban la edad de columpiarse sobre el mundo o perderse bajo él; pero muchos decían que seguía siendo una niña preciosa, de piel canela y sonrisa mayor. También él lo creía. Para él el sueño era ella, esta vez. Había tenido decenas de sueños; sueños de faldas y de vida, de luces y de neón, de comerse el mundo y de caer devorado entre labios de un ‘te quiero’ para siempre.

Esta vez era ella, porque sí; ‘por los milagros’, se decía, ‘nunca se debe dejar escapar los milagros’; había visto pocos en su vida pero todos se habían quedado en él. Era un soñador, y lo admitía. Soñó con una ciudad de Babel, y la encontró; soñó con una lágrima de mujer, soñó con un micrófono y millones de voces detrás de él, soñó con un papel de letras infinitas, por manchar y leer. Soñó mil veces y tantas veces vivió hasta desfallecer. Era un vividor de sueños, venido a menos.

Ahora, sin embargo, soñaba atrapado en un silencio incómodo. Poco podía hacer. Su sueño de ella estaba en manos de la niña de los sueños. Su sueño de Babel, en manos del tiempo y sus caprichos, y en manos de un pequeño dios venido a más.

Un dios grande entre los hombres, que contaba sus días fatigado entre sus dominios y sus dominados. Un dios canoso, vivido y leído, y muy hablado. Un dios genial, que soñó un día con un teatro entre clásico y tabernero, y que había gozado en sueños lo que la vida real no pudo satisfacerle.

Él no quería ser así, al menos en la parte de los ceños fruncidos. Él quería seguir adelante a gran velocidad, parando sólo para beber un trago, un vino, una cama despierta, hasta el amanecer. Ese era su plan y sin embargo, no podía moverse. El mundo entero se mecía y el otoño le paraba los pies. ‘La chispa, eso es… necesito la chispa adecuada, para volver a arder’.