martes, 26 de febrero de 2008

La sana vergüenza del ermitaño

Me importa una mierda lo que digan las encuestas; me la sudan los análisis electorales, los cruces de ataques y contraataques, los sloganes y los cálculos visionarios. Sí, soy un sociópata narcisista sin sentido de la democracia -al menos de la actual- y hasta puede que adolezca de irresponsabilidad social. Pero, amigos, ahora que nadie me escucha, sólo entre mis libros, entre vosotros que me acunáis con palabras mayúsculas, debo admitir la repugnancia que siento hoy por el mundo del que me ha tocado rodearme. Esta absurda y constante burla al intelecto humano; una escenificación del aburrimiento intelectual y hasta un engaño mediático y global en el que los tontos ciudadanos, además de ser tomados por putas, nos vemos obligados a poner la cama.
Anoche no pasó nada relevante en nuestro país. No murió ni destacó de repente ninguna figura de la cultura ni de la sociedad, no hubo ningún nuevo atentado de la barbarie terrorista; nadie dijo, si quiera, nada digno de análisis en la vida pública de este país. Y sin embargo, ayer todo el interés mediático de nuestra sociedad giró en torno a un plató y a dos protagonistas de la vergüenza democrática, en la que, como su nombre indica, participamos todos.
Eso sí, anoche los españoles nos unimos en torno a esa vergüenza como lo hacemos alrededor de cualquier otro espectáculo. Todos vimos la llegada de los candidatos al plató, todos escuchamos al presentador explicando una normas pactadas y preparadas para convertir un diálogo en un cruce de discursos monocordes y leves, muy leves. Todos escuchamos, después, las opiniones de los analistas, ninguno de los cuales sorprendió a la audiencia con su veredicto; los de papá votaron a papá y los de mamá volvieron a mamar. Y todos recibimos hoy los ecos de las encuestas y de los nuevos discursos que hablan de los discursos de ayer por la noche. Y todo, ¿para qué? ¿Alguien ha escuchado en las últimas horas alguna propuesta de gobierno, alguna idea para conducir el país, alguna frase, simplemente una frase, que no sea lo mismo que venimos escuchando en los últimos cuatro años de cara a la televisión y sin ningún tipo de argumento serio? Nada de eso ha habido y nada se espera en los próximos días. ¿Es esto la democracia?, ¿esto es nuestro pueblo? En mala hora decidí mezclarme fuera de estos muros.
La democracia española –y seguramente la mundial- se ha convertido en un teatro en el que los que cobran actúan y los que pagan se divierten en su engaño. Porque todos sabemos que nos están engañando. Y ellos lo saben, y se acusan entre ellos de mentir, como acusa un niño a otro niño después de haber roto juntos los cristales de la escuela a balonazos.
Los cristales yacen rotos en el suelo, pero a nadie le importa. A nadie. Ni siquiera a mí, que perdí el tiempo en estudiar a los grandes ideólogos de nuestra historia. A vosotros, amigos, que hoy me escucháis sin entender nada de lo que os puedo decir, de lo que en este siglo me rodea, os entrego ya mis ojos y mi fe, si es que algo me queda. El mundo avanza, queridos muertos; si vosotros y sin mí. Y avanza lo que ellos llaman democracia, mientras la moda es dejar de pensar y hablar de corbatas y de ímpetus y de acobardamientos y de ganar no se sabe qué, además de dinero. Avanza el mundo y con él recula el progreso intelectual. Avanza esta triste imagenocracia, que tanto parece gustar a la gente. Yo, amigos, me siento ermitaño entre mis libros, entre mis sospechas, entre la sincera incapacidad para entender por qué se sigue alimentando este monstruo llamado NADA de NADA.
No me dejéis, mis poetas muertos. Vuestra historia es ya lo único que me queda de realidad.