lunes, 14 de enero de 2008

La mentira sigue moviendo el mundo

La verdad no está de moda, lo sé. Para algunos se perdió allá por los Descartes del relativismo o en el simple pataleo llorón del siglo XX. Para otros, sencillamente, no es eficaz para con el tonto medio, y por ello carece de toda importancia. Sí amigos, reconozcámoslo; la mentira divierte y recluta, garabatea por donde nosotros la llevemos y emborrona con tinta bonita y aseada los renglones torcidos de una vida difícil donde es complicado reconocer a la bicha, véase la verdad.
Complicado, pero a veces necesario. Es divertido jugar a las mentiras cuando uno es un simple teatrero de la vida y sólo pretende expresar un poquito de entrañas desde una página web. Es divertido sí, cuando uno carece de deber.
Pero cuando el que miente es un Presidente, con mayúscula de nación, no puede permitirse la alevosía de una mentira que, en lugar de emborronar la vida con garabatos, salpica de impiedad las verdades incómodas de una bandera electoral, la lucha antiterrorista.
Sí, nuestro ZP reconoce hoy que mintió conscientemente, que siguió negociando con ETA después de los atentados de la T-4. Lo reconoce como quien cuenta un tropiezo en el Metro o una caca en el zapato en plena calle. Le da corte, sí, pero de ahí no pasará. Podemos hoy señalarle con el dedo y hasta taparnos la nariz, igual que hace cuatro años lo hicimos con los sudores fríos de Acebes o con los hilillos negrunos de Rajoy. Podemos hacerlo, y sin embargo, no tendrá demasiada importancia.
La mentira se ha instalado en el parlamento, con estaño, voz y voto, y ya a nadie parece molestarle. Los políticos la usan, la guardan y hasta juegan con ella. ‘Usted ha mentido’, ‘y usted más’, se chillan en el patio del hemiciclo. Pasada la sesión, todos sonríen frente al café de 70 céntimos con la media sonrisa de complicidad. Todos saben que han jugado a lo mismo, al borrón, a la mentira.
Pero ya nada de eso tiene importancia, porque Paco, el del bar, sabe que va a votar a ese que ha dicho la mentira que más le apetece escuchar. Y que él le mentirá a su mujer por la noche, socarrón, con la mentira que pretende convencer del mismo voto a esa esposa que tampoco dirá la verdad cuando le pregunten por el pintalabios corrido y la camisa por fuera. Todos ellos seguirán diciendo que son felices, ‘luchando, que no es poco’, mientras desenfundan esa media sonrisa que todavía es capaz de ocultar la verdad.

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