lunes, 13 de octubre de 2008

Ambición

Me olvidé de poner los ojos sobre la mesa. ‘Yo soy ambicioso’; y sí, sonó como el sueño tonto del niño que quiere ser astronauta. La voz es un instrumento de magia que absorbe más que la peor cocaína, y engancha como la mejor. Yo sueno y sueno, sin gritar, dibujando a un hombre que sabe decir lo que dice, que lleva detrás un portaviones lleno de hormigón seco, frío. La guerra de monstruos se acabó, y sólo quedan los héroes del monte, cuchillo entre labios, esperando a que llegues a quitarle la piel, las migas sueltas, los versos unidos por el tiempo del mito de aquí, el del barro y el sudor, ese del que ya nadie se acuerda.
Yo no tengo pechos y mis ojos son sólo pequeños espejos de un niño astronauta. Un niño simple; un niño a quien Don Vito nunca cogió de la mano; un niño al que nadie quiere follar, ni pedir favores de billete fácil. Mis ojos verdes nunca fueron de verdad. ¿Y qué es la verdad? Mi voz de hombre pregunta, pero ya nadie quiere responder, por vergüenza. ‘Esto es la vida’, me dicen. Mentiras de hiena, gorda y sedienta.
No quedan héroes ni portaviones. El bueno se vuelve feo, y el feo es malo sólo por sobrevivir, o por joder, que siempre apetece. Yo no me voy de putas; no miento, no mato al gato que mira sin nada que decir. Si duermo, muero; si llamo, no soy. Soy sólo el niño que dice ser ambicioso, que grita contra la pared; sin tetas, sin Vito, sin un portaviones. Mis ojos son demasiado pequeños; quizás por eso que no los puse sobre la mesa en la que nadie me escuchó.

1 comentario:

Ana Delgado dijo...

vamos ambicioso escribe algo más!!!
mua