miércoles, 2 de abril de 2008

Despertar de una puta vez

Confesión: sigo vivo.
Estoy en pie, después de todo, o antes; y mis pies siguen levantando polvo y mis ojos lloran una vez al mes, y la sal se escapa del armario y no sé qué contar a quien no sé si le importa lo que se mueve entre mis labios. No lo sé.
Sólo sé que yo sigo aquí, que tengo corazón y cabeza, y estómago y pies, que es lo más importante. Yo soy el mismo que respiraba tinta, que escupía vanidades cargadas de joderes y tequieros, sangrados, mordidos, hinchados, acunados, exprimidos hasta la última línea. Soy aquel y sin embargo me exilio del compás, me callo. No sé porqué y quizás lo único que puedo confesar es que me pesa mi propio silencio.
Necesito un cruce, un cambio de rasante, o al menos un seto inútil donde detenerme a acariciar. Y seguir caminando, siempre seguir caminando. A nadie le importa nada de esto. Pero mañana todo cambiará. Lo prometo. Cambiaré los muebles y haré de este salón un desván con chimenea. Renunciaré al silencio para hacer un poco de calor.
Mañana será el día. Hoy es tarde y las tulipas parpadean para que duerma con ellas. Estoy cansado. Demasiado para un día, para un mes.
Me voy a la cama. Hasta mañana.

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