lunes, 19 de noviembre de 2007

Un amigo de noche fugaz

El día se ha marchado ya. Y él también, aunque parezca mentira, aunque pueda escucharlo dormir al otro lado de mi pared. Allí descansa, en su colchón, en mi salón, como si el mundo fuera un juego divertido, como si nada fuera más poderoso que su propia forma de vivir, como si, simplemente, el día se hubiera muerto como uno cualquiera, sin rencor, sin agonía.
Y además, tiene razón. Nada es más poderoso y este día ha muerto igual que cualquiera, pero mejor. Él sigue sentado en su pupitre verde y yo recibo sus lecciones mientras creo caer y volar. Y me confunde. Y no lo entiendo. Será cierto que la persona más sencilla será quien te enseñe a tener la mente clara. Será que hasta quien menos pretende, puede ser grande.
Ayer me decía que el mundo me está tratando bien y yo no era capaz de rebatirle. Hoy me obligaba a admitir que soy feliz, y eso ya no puedo soportarlo.
Han pasado más de diez años y sigue teniendo dando todo lo que se le puede pedir. Me sacó de mí mismo cuando quise dar mi vida a quien no la merecía. Me entendió cuando dejé de estar enamorado. Me abrazó cuando debía hacerlo y me drogó cuando la noche nos daba la bienvenida con palmaditas de rock and roll. Se fue y volvió con los vientos, con las estaciones, para ser como siempre, porque el tiempo nunca tuvo efecto sobre él.
Creo que la gente no me entiende cuando hablo de amistad, cuando digo ‘colegas’. Si le pudieran mirar a él, lo entenderían todo. O puede que no. Hace diez años que lo conozco y eso no puede enseñarse con una mirada.
Tengo frío aún, y sin embargo todavía siento el calor de las últimas horas. Creo que me he quedado fuera, que no me atrevo a entrar en casa y sigo pidiendo un poco más de humo de palabras en el parque oscuro, donde las malas miradas. O puede que simplemente esté mareado. Será la falta de costumbre. Sigo teniendo el poso de su hablar, pausado, alargado, cálido hasta donde permiten los años de litrona. Él sigue hablando y yo sigo escuchando, sin poder callar.
‘Qué grande es el día y la noche’, pienso. Da igual. Mañana querré escupirle a la luna y él seguirá pensando lo mismo de siempre. Él seguirá siendo él, pausado, tranquilo, feliz. Ayer vino a darme la última lección. Mañana se irá de nuevo.
Creo que entraré en casa. No tengo frío, pero sé que eso tampoco tiene importancia. Ahora recuerdo que soy feliz. Mientras lo sepa, seguiré siéndolo. Mañana se irá de nuevo. Yo tendré calor, o frío, nunca la misma sensación. Puede que la llame, a ella, y siga siendo feliz. Pero él seguirá donde yo no lo sepa, seguirá viviendo, y durmiendo en mi salón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"me drogó cuando la noche nos daba la bienvenida con palmaditas de rock and roll" (jiji)

Creo que a tu amigo le hará muy feliz leer tu texto.

Ana Delgado dijo...

es que este chico es genial,
seguro que le encanta lo que has escrito,
a mi al menos, me encanta